A veces, es salvaje, impredecible, como una bestia impetuosa. Dicen que en una noche lúbrica, Lucifer encontró a Naturaleza bañandose con rayos de luna nueva y la sedujo. Con el Sol todavía dormido, en un lecho de viento y lujuria engendró a una niña inquieta: Violencia.
Ella creció y se mezcló caprichosa entre los humanos. En contacto con ellos enfermó gravemente, aprendió a cambiar de rostro según la ocasión. Vengativa como una garra invisible, cuando grita aplasta las verdes praderas más rápido que la lengua de un sapo. Un tajo brutal se abre a los pies de la gente y se traga los senderos. Tiemblan furiosas las luces y se enciende una vorágine de sombras.
Siempre está cerca. A veces, se la huele en el aire. Sólo hay que estar atento para adivinar que se viene. Como un fantasma detrás de la puerta. Como un olor dulzón que poco a poco inunda el ambiente y se torna empalagoso, luego insoportable, asqueroso.
Tarde o temprano aparece. La tormenta arrastra todo a su paso. No tiene razones. O mejor dicho, el amor tiene razones que la razón no entiende. Avanza. Nada más. La casita lentamente construida, sucumbe ante la onda expansiva. Se derrumba en un instante. Toda la sonrisa se ahoga bajo la ira lluviosa. El aire tibio bajo las sábanas se congela. Los pies que se besaban ingenuamente se esconden, asustados en la oscuridad.
Silencio tenso. Soledad. Agobio. Vueltas y más vueltas. Toses nerviosas. Carrasperas angustiadas.
Otro día. Otro silencio, cada vez más largo. Aunque paró de llover se anuncian chubascos inesperados. Un trueno, otro. Varios. Las voces no escuchan razones. Sólo gritos desesperados.
¿Cómo lograr la calma bajo las nubes de egoismo que tapan el cielo? Niña incontenible. Voraz. ¿De qué sirve enfrentarla? Será mejor dejar que la brisa del otro lado sople y nos despeine y se aleje. Si es viento fuerte, danzar fintas. Si tempestad, agachar la cabeza o agacharse todo, para que pase y se aleje. O el naufragio...
MARZO 2004
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