sábado, 2 de octubre de 2010

COBARDES



Ahora que pasó lo peor, miremos la letra chica. Los detalles que dan cabal muestra de la desmesura. Lo que queda tapado por el humo de la inmensa noticia... y los gases lacrimógenos. El instante primero, el momento chispa que antecede a la explosión de odios y desesperación.

Un ejemplo, todos los ejemplos...

El hombre rodeado de policías, empujones y gritos. La mano artera que le pega al Presidente, escondida entre cuerpos amuchados, la mala intención, prepotente y altiva. El contagio estúpido de la patota anónima, que toma coraje en el número y amenaza al circunstancial enemigo indefenso.

(cualquier semejanza con los cuatro o cinco canallas alrededor de un encapuchado desnudo atado con alambre al elástico de una cama, no es pura coincidencia...)

La barra policial se envalentona contra el hombre solo, lo golpea e insulta, lo escupe y lo quiere matar. Otra mano atrevida dispara gas pimienta, agrede la investidura, el aire, la gente, la vida. Las gallinas se sienten valientes y cacarean ofensas. Babean pusilánimes, seguros de su impunidad.

Calor. La impunidad da calor, y uno se vuelve bravucón. Y los bravucones se juntan. Si la moral viene agujereada de miserias insondables, los comportamientos son groseros, el corazón endurece y el alma se vuelve letrina. La única manera de vivir en la mierda es hacerse el desentendido y creerse superior al de al lado. Pisotear a como dé lugar al oponente. El castigo más grande es no hacerle al otro lo que uno mismo puede padecer. Para sobrevivir en la jungla, por las dudas, tomemos la iniciativa.

Primero yo. Primero pego, ataco, asesino, después pregunto, o ni siquiera. ¿Para qué?, ¿lo harían conmigo?, piensan todos y cada uno.

La confianza no ayuda en esos lares, la nobleza tampoco. En los territorios de la ignominia el gran valor es el miedo, pero no el propio, el del otro. El miedo ajeno protege y genera poder en quien lo inspira. Los hombres armados hacen gala de sus falos de hierro y fuego, y amenazan seguros, sonrientes, cínicos, para ocultar el pavor a estar vivos. Por eso torturan y violan, cortan en pedacitos, así, lentamente a la víctima inerme. Gozan estar cerca lejos de la muerte. Cerca de la ajena, lejos de la propia, sienten.

Y así siguen, borrachos de mala entraña, cadáveres móviles manipulados por gente fina de buenos modales que los desprecia. Y para no sufrir, desplazan ese desprecio hacia abajo, hacia el costado, para cualquier lado, como queriendo centrifujar la inmundicia que los ahoga y les mancha las conciencias. En ese laberinto macabro del que no pueden salir, suicidan su humanidad todos los días. Y sin darse cuenta, son parte del mecanismo de la injusticia perenne. Tan descartables como un muerto en una movilización o un centro clandestino de detención.


Daniel Mancuso

1 comentario:

GALLO ROJO dijo...

Impresionante analisis y conclusion ,da gusto leerlo

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