Todos los días lo mismo: esperar al doctor que llega entre las dos y las tres. Y éste, con una sonrisa falluta, en su visita breve como visita de medico, le dice que hay que tener paciencia. Yo también se lo digo. Todos se lo dicen. Pero ninguno de nosotros pone el cuerpo y la paciencia. Pesada carga, trágica, inexorable como un malvón que va perdiendo las hojas...
¿Qué nos hará mentir? ¿la piedad, el amor, la culpa? Yo no quiero mentirle, pero no puedo dejar de hacerlo...
Todos queremos que se salve. Imagino que los milagros existen, que cada paciente es diferente, que el médico está equivocado, que nada es definitivo. Que las ganas de vivir pueden derrotar el cáncer...
¿Tendrá ganas?
Sí, (entre el médico y los enfermeros y la habitación tan acogedora, y nosotros bancándolo en todo) va a salir adelante. El amor todo lo puede.
─ Te vas a recuperar y volvemos a casa, a la vida de antes. ─le digo hasta el hartazgo mientras él, incrédulo, me hace la seña del 7 de espadas.
Le doy y le doy al inflador pero no sube...
Lo acompaño en las mañanas, en silencio, atento a sus quejidos. Lo contengo en sus escépticos reclamos, en su callado pesimismo, en su desfalleciente esperanza de mejoría. Lo apaño, lo afeito, lo ayudo a bañarse (sentado en una blanca silla plástica porque ya no tiene fuerzas para hacerlo solo).
Evita mirarse al espejo, pero se mira y huye.
Lo escucho, discuto con él. Cambiá de actitud, che. Como a un nene, lo mimo y le miento. Juntos miramos la tele, las series de vaqueros que a él tanto le gustan.
Se duerme. En cámara lenta, para no hacer ruido, tomo el control remoto y bajo el volumen. Me acerco despacio y miro el suero, pero un brillo plástico no me deja ver, en la penumbra matinal. Me acerco más, hasta detengo la respiración para no despertarlo. La gotita furtiva no aparece, toco la chapita, muevo la manguera. ¿Cae o no cae?
─ Che, enfermero, vení a ver, que esta cosa no anda ─pienso y puteo. Se da vuelta. Me mira con un ojo entreabierto, resopla y sigue durmiendo.
Suena el teléfono.
─La puta madre, justo ahora.
Contesto rápido, hablo bajo, pero él ya se asoma con su mirada amarilla. El hígado no le da tregua. Se queja, hace días que una puntada artera lo jode en el costado, atrás, adelante. Rutina cruel: un rato de paz, dos ratos de sufrimiento.
¿Qué es peor? ¿El dolor físico o la certeza de la propia muerte inminente?
Sí, falta tanto por hacer todavía. El lo sabe, aunque sonríe sin ganas. Su mirada cansada pide armisticio.
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