Le duele la cabeza. Ya fue al médico, dijo que puede ser algo que comió y le cayó mal, sumado al estrés cotidiano. Puede ser, está angustiado, infeliz. Mira alrededor y sufre. Lo ve y no lo cree. Se parecen a él pero no lo comprende: ¿Por qué ese animal bípedo corré enceguecido y se suicida? piensa. ¿Por qué se repiten tanto? ¿Por qué?
Sin embargo, por la televisión todo parece normal, un señor agradable vende leche pura y llena de vitaminas. Una rubia quirúrgica muestra su trasero siliconado, y cuenta los secretos del autoconocimiento. Los noticieros invitan a no salir a la calle, ellos van a contar la realidad sin que tenga que hacer esfuerzos, gratuitamente le arman la agenda de preocupaciones.
Tiene que salir, le cortaron internet y se siente desolado, se ahoga adentro. Busca en el bolsillo y encuentra el último Prozac. Sin vaso, sin agua. Va a la panadería y pide medio de flautitas con bromuro. El diariero de la esquina lo intercepta y con sorna le pide: "adivine cuáles de los cientos de tetas de las revistas expuestas son reales". Piensa, señala: "esa". " No, ninguna, ya no se consiguen", le dice. Los cartoneros buscan tesoros en los contenedores del barrio y se pierden con sus carritos entre nubes de gas oil, a contramano, en la avenida grande. La ciudad despierta ruidosa y golpeada, varios muertos amanecen en el asfalto de la autopista, el choque estúpido de cada día.
Tiene que gratificarse, ¿un chocolate? No. Salió el nuevo celular con los siete pecados capitales, todos juntos en una hostia chip con sabor a frutillas, se vende en los quioscos de la gran urbe. Con tarjeta en 12 pagos y 86400 mensajes de texto gratis el día de su cumpleaños, una ganga. Deja de mirar ofertas porque a cada paso tiene que saltar charcos y riachuelos de herbicidas y líquidos podrídos. Se forman cursos malolientes que desembocan en las alcantarillas de la modernidad, cagadas y meadas por la ambición capitalista. Las suelas de los borcegos se le ablandan. No ve dónde pisa. Se tropieza con unos bultos tirados, es una familia durmiendo: los pibes en un zaguán y los grandes en la vereda, bajo un balcón por si la lluvia ácida. Están por todos lados. Emanaciónes maloliente se desprenden de cuerpos enfermos que se arrastran por ahí. ¿Dónde puso el barbijo? ¿Dónde está el parque que estaba aquí? Rompieron todo, volquetes y escombros rodean un cartel reluciente: "LA CIUDAD TRABAJA". Materias corruptas y aguas estancadas se mezclan con la lluvia y crecen las epidemias e infecciones donde había hierbas y flores. Tiene sed, pero no puede tomar el agua del arroyo, esta sucia y huele feo. El agua de la canilla sabe peor. Tendría que comprar agua envasada pero no puede, es más cara que un antibiótico.
El paisaje se diluye, el gris se come las formas y las sombras, no es niebla ni pasto quemado, son vapores tóxicos que se asoman en el horizonte futuro. ¿Quién sabe qué nuevas calaminades serán inventadas al amparo de la indiferencia general, municipal, multinacional? Sueña con serpientes, como las de Silvio, los miasmas sonrientes le emborrachan los pulmones y vomita y vomita un líquido amarillento o verde, no sabe, no se siente bien, y la boca le queda pastosa y amarga, como depués de una paliza. Un olor ácido, de tristeza vieja, se mete por las ventanas y lo desvela, no lo deja dormir. Da vueltas y vueltas, transpirado y molesto. Los seres que más quiere se van muriendo en efecto domino y él los sigue sin remedio...
daniel mancuso
julio 08
julio 08
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