¿Qué vamos a buscar cuando vamos al cine?
Emociones. De diversos colores, cada loco con su tema, pero si la comunión entre la pantalla y la platea es un torbellino de pasiones sorpresivas, involuntarias, profundas, el éxito está asegurado. El éxito como sinónimo de placer, no de lucro. Si no te pasa nada, si te dormís o te aburrís, y te vas, o si llegás al final, a desgano, al poco tiempo te olvidaste de lo que viste.
Están los que quieren bombas y explosiones, efectos especiales, rayos y centellas, laser y tecnología de punta. Están los que buscan un repentino incremento de la frecuencia cardíaca, la contracción de los vasos sanguíneos, la dilatación de los conductos de aire, y la participación en la respuesta lucha o huida (estrés) del sistema nervioso simpático, ante escenas amenazantes o de demanda incrementada ante el terror inducido. Están los de lágrima facil y finales felices con romántica construcción de obviedades. Están los suspensos y los eróticos, los raros y los ilustrados...
Están las películas como «La prima cosa bella», que te llegan al corazón, te atraviezan el alma, te conmueven desde la base, donde el amor ─como dice Norberto Levi: "no es una emoción conflictiva sino una calidad de energía, una calidad de interacción, esa interracción que se manifiesta en todos los planos y en última instancia es la que posibilita la vida. Es posible reconocer esa esencia amorosa aun en las emociones más conflictivas y percibir además, las vicisitudes que dicha energía recorrió hasta convertirse en la respuesta destructiva actual"─ es protagonista en todas sus complejas dimensiones intrafamiliares, esas que nos acompañan durante toda la vida: tu vieja, tu viejo, los pifies de ambos, entre ambos, tu hermano, tu hermana, tus frustraciones, tus deseos, la alegría, la muerte cruda, indefectible, liberadora. En medio de esos amores, la lucha hacia adelante en un camino esperpéntico, inverosimil, como en las películas con buenos guiones que le roban ideas a la vida.
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