«Mientras los totalitarios reprimen toda información y toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses. Grupos capitalistas tienen en sus manos la universidad, la escuela, el libro, el periodismo y la radiotelefonía. No necesitan recurrir a la violencia para reprimir los estados de conciencia que le son inconvenientes. Les basta con impedir que ellos se formen. Dan a los pueblos la oportunidad de pronunciarse por una u otra agrupación política, pero previamente imposibilitan materialmente la formación de fuerzas políticas que respondan a las necesidades populares y cuando ellas existen, tal como existía entre nosotros la Unión Cívica Radical, movilizan para el soborno sus cuantiosos medios económicos, como lo hicieron para provocar el levantamiento de la abstención radical, y la coparticipación de los dirigentes en los crímenes contra el Pueblo y la Nación», decía Arturo Jauretche, en 1941.
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Mucho hemos reflexionado sobre la Cultura y la Comunicación desde entonces. Vinieron por los gobiernos populares, por nuestros delegados, nuestros compañeros, nuestros hijos, por nosotros, y a muchos no les importó. Remataron el país, el presente, la esperanza, y a muchos no les importó. A pesar de la resistencia, con violencia y muerte, con miedo y propaganda, fueron domesticándonos, poco a poco.
Si durante siglos, los viejos alquimistas buscaron la piedra filosofal, esa sustancia que tendría propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metales vulgares en oro, hoy, los nuevos alquimistas transmutan las noticias sobre los hechos en basura, por eso, el oro de los pueblos es la verdad, una mercancía muy buscada, que se esconde en los vericuetos del poder, y escapa a cuentagotas por los resquicios de las oficinas corporativas, aunque fluye por las grietas de la mentira mediatizada, y se hace río en las nuevas redes sociales, las radios y publicaciones, en la calle y las movilizaciones, en las fábricas, las escuelas y la universidad. Cada día, con esfuerzo, desentrañamos las inextricables noticias del mundo fantástico que inventan en las redacciones y estudios de televisión. La verdad en manos del pueblo no es una mercancía, es un retoño que crece y se agiganta a cada paso.
Y cada día vamos develando las Zonceras que fuimos mamando casi sin darnos cuenta, o inentan instalar en la sociedad: que el peruano boliviano chileno uruguayo que vive en nuestro país nos puede sacar el trabajo, que el pibe morocho de ropas humildes y rostro esquivo es un ladrón, que los corruptos son quienes nos gobiernan, pero no lo son los jueces amigos del poder mediático, ni los empresarios que estafaron al Estado, que los pobres no quieren trabajar por eso reciben la AUH, y se la gastan en juego y drogas, que lo privado es ponderable y lo estatal está sujeto a corrupción y clientelismo...
Ya nos dimos cuenta de que hay un horizonte (que estaba oculto) detrás del televisor.
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El secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, reflexiona sobre El culturicidio en Argentina...
No podemos negar que no puede haber políticas culturales exitosas en países que fracasan, países que no logran encontrar un destino de autonomía, de justicia, un destino en definitiva contenedor de la vida de la gente que son esencialmente vidas culturales.
Es muy difícil hablar de políticas culturales anteriores a 1983 en la Argentina. Durante el largo período de la Dictadura militar lo primero de lo que se ocuparon fue de secuestrar intelectuales y artistas. Hay ejemplos de numerosísimos periodistas y poetas desaparecidos o cantantes o compositores a los que les arrancaron las uñas para que no toquen la guitarra. Hay una frase que siempre recordamos y que pertenece a Arturo Jauretche: “Nos quieren tristes porque nos quieren dominados, nada grande se puede hacer con la tristeza”. Es una frase esencialmente cultural y la hegemonía cultural es la madre de todas las hegemonías.
Si vamos más allá del ’83, vamos a encontrar en la Argentina las heridas de lo que uno podría denominar un fenómeno paralelo al genocidio. Para definirlo voy a citar al actual ministro de Educación del Chaco, Francisco Romero, quien editó un libro que se llama Culturicidio.
Realmente es un concepto que debemos incorporar porque de la mano del genocidio vimos en muchos países y pueblos un fenómeno culturicida, un fenómeno que no sólo reprimía, que controlaba las posiciones políticas, las ideas, sino que también intentaba debilitar lo que es en definitiva la personalidad de los pueblos de la nación, que es la cultura. Ese culturicidio se dio de la mano del debilitamiento del proceso de las capacidades culturales de nuestros pueblos. Ese fenómeno no fue sólo de la dictadura sino que se prolongó más allá. En la Argentina hemos tenido Subsecretaría de Cultura, hemos tenido Ministerio de Educación y Cultura, mientras que no había plata para pagarles a los maestros. Hasta el 2003 hemos presenciado procesos de indefinición en torno de cuál es el rol que debería tener el área de cultura en Argentina.
Hasta la presidencia de Néstor Kirchner, había un concepto de comunicación que no tenía nada que ver con la democratización de la misma, sino a una comunicación con propaganda, la comunicación como prensa comunicacional de la política, marketing. Un nuevo culturicio que esta vez pasó por los mercados. En fin, el espíritu de los años ’90. La política cultural como forma de integración social está en el centro de nuestra gestión. Se trata de dar trabajo, vivienda, salud, educación. Todo esto es la cultura. Un inmigrante latinoamericano que vive en el conurbano bonaerense está en una suerte de purgatorio donde no puede reconocer su origen y tampoco puede ingresar a la pertenencia. La cultura sirve para comprender que está orgulloso de esa pertenencia latinoamericana. Muchas veces cuando nuestras culturas fueron elitistas, también fueron racistas. El elitismo y el racismo suelen ir de la mano y allí está nuestro objetivo central que puede ser definido en una sola palabra: igualdad. Esa es la palabra que queremos ligar para siempre con la palabra cultura.
Es muy difícil hablar de políticas culturales anteriores a 1983 en la Argentina. Durante el largo período de la Dictadura militar lo primero de lo que se ocuparon fue de secuestrar intelectuales y artistas. Hay ejemplos de numerosísimos periodistas y poetas desaparecidos o cantantes o compositores a los que les arrancaron las uñas para que no toquen la guitarra. Hay una frase que siempre recordamos y que pertenece a Arturo Jauretche: “Nos quieren tristes porque nos quieren dominados, nada grande se puede hacer con la tristeza”. Es una frase esencialmente cultural y la hegemonía cultural es la madre de todas las hegemonías.
Si vamos más allá del ’83, vamos a encontrar en la Argentina las heridas de lo que uno podría denominar un fenómeno paralelo al genocidio. Para definirlo voy a citar al actual ministro de Educación del Chaco, Francisco Romero, quien editó un libro que se llama Culturicidio.
Realmente es un concepto que debemos incorporar porque de la mano del genocidio vimos en muchos países y pueblos un fenómeno culturicida, un fenómeno que no sólo reprimía, que controlaba las posiciones políticas, las ideas, sino que también intentaba debilitar lo que es en definitiva la personalidad de los pueblos de la nación, que es la cultura. Ese culturicidio se dio de la mano del debilitamiento del proceso de las capacidades culturales de nuestros pueblos. Ese fenómeno no fue sólo de la dictadura sino que se prolongó más allá. En la Argentina hemos tenido Subsecretaría de Cultura, hemos tenido Ministerio de Educación y Cultura, mientras que no había plata para pagarles a los maestros. Hasta el 2003 hemos presenciado procesos de indefinición en torno de cuál es el rol que debería tener el área de cultura en Argentina.
Hasta la presidencia de Néstor Kirchner, había un concepto de comunicación que no tenía nada que ver con la democratización de la misma, sino a una comunicación con propaganda, la comunicación como prensa comunicacional de la política, marketing. Un nuevo culturicio que esta vez pasó por los mercados. En fin, el espíritu de los años ’90. La política cultural como forma de integración social está en el centro de nuestra gestión. Se trata de dar trabajo, vivienda, salud, educación. Todo esto es la cultura. Un inmigrante latinoamericano que vive en el conurbano bonaerense está en una suerte de purgatorio donde no puede reconocer su origen y tampoco puede ingresar a la pertenencia. La cultura sirve para comprender que está orgulloso de esa pertenencia latinoamericana. Muchas veces cuando nuestras culturas fueron elitistas, también fueron racistas. El elitismo y el racismo suelen ir de la mano y allí está nuestro objetivo central que puede ser definido en una sola palabra: igualdad. Esa es la palabra que queremos ligar para siempre con la palabra cultura.
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Nadie quedó afuera. Unidos por el pensamiento, más de 10.000 concurrentes formaron parte de las diversas actividades que tuvieron lugar en Mar del Plata, en el IV Congreso Iberoamericano de Cultura. Mesas redondas, debates, espectáculos al aire libre, con la participación de funcionarios de las áreas culturales de diversos países de América latina, y escritores, pensadores, músicos. Una multitud demostró la fuerza de la participación popular en uno de sus bienes más preciados: la cultura...
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Fue a partir del 2003, que empezamos a cambiar el paradigma dominante, lentamente, pero sin concesiones. Fue ese flaco biscocho que nos ayudó a recuperar nuestro patrimonio simbólico, la patria, la política, la autoestima, la cultura, Suramérica... Es Cristina quien puso el coraje que tamaña empresa necesitaba. Los hombres sabemos qué significa tener una mujer valiente a nuestro lado. Ese tándem poderoso resucitó el peronismo que estaba mal herido desde la traición menemista neoliberal, y nos parió a todos, de nuevo, los que queremos una patria justa libre y soberana.
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