De día o de noche la emoción es la misma, o parecida, sólo cambia de traje. A la entrada, me visto de sol y deseos; a la salida, me baña una brisa de rayos laser y seguidores zigzagueantes. La taquicardia no paró ni un momento. Una fiebre de Orgullo nacional me sacude las entrañas. Patria bullendo en la sangre. Miles de iguales compartiendo la cosecha de talento desparramado en colores y formas como un mecano gigantesco. Suenan los Redondos. Sumergido en la marea humana me sorprende la vida descubriendo el futuro que late en nosotros. Me pregunto: ¿quién sera físico nuclear de todos estos? ¿quién bioquímico? ¿ingeniero electrónico? ¿arquitecto? Ese nene va a ser antropólogo, seguro. Aquella piba escarba huesitos cerca del dinosaurio. Música industrial. Los tipos colgados me hacen doler el cuello y grito vibrando sus pirutas arriba de las cabezas de la multitud hipnotizada, con sus mamelucos y el Siam Di Tella y las chispas de la industria que se hubo apagado y se encendieron de nuevo. Los ojos brillan como el metal candente contra la pared de fuego. No quiero Disneylandia, tengo Tecnópolis, carajo. El viento trae una copla de la Bersuit. Tengo una lágrima de alegría por los que vienen, los argentinitos que piden pista para despegar al mañana que estaba desaparecido hasta no hace tanto. Perdón le digo a una bella niña de 3 metros que me esquiva en sus zancos flaquitos y se aleja recortada en el horizonte que no veo porque me tapa el domo blanco de las ciencias. Calamaro está en el aire. Entro y me encuentro a los Cazurros con cientos de voces imitando leones o lobos, cagándose de risa.
Estoy soñando, no puede ser. ¿Es otro planeta? ¿Dónde está la Argentina derrotada que echaba a sus hijos al exilio de la desesperanza? Tengo miedo de que no sea cierto. Hay magos en una tarima, rodeados de chicos. ¿Seremos parte de un truco gigante? Me pellizco el alma para ver si estoy vivo, y la certeza me brota en la garganta, me pica, me avisa que son los nervios, la sorpresa, esas cosas que no se compran con plata. Un payaso me saluda desde lo alto. ¿Usted vio cuánto se gastaron aquí? ¿Cuánto costó todo esto?, me dice una señora. NO, no costó nada, esto no tiene precio, señora. Estamos sembrando el porvenir, ¿se da cuenta? Ah, claro m'hijo, tiene razón, no lo había pensado así, pero esto es un semillero de buenas noticias.
La dejo, me deja, una ola de pibes de una escuela de Entre Rios, o de Salta, o Córdoba, nos separó. Estoy más mareado que un molinete, en el subte. Me pierdo en un camino de piedras, entro a un pabellón enorme mientras Fito Paez canta desde todas partes. Hay una pared de libros que sube y sube muy arriba, y no tendré tiempo de leerlos todos, ni viviendo mil años. Un robot me guiña un ojo, pícaro me señala una mina hermosa que tengo a mi izquierda. Está ensimismada con su ardua tarea: sus 3 hermanitos, las bolsas y folletos y el mate y el termo. La sigo, aparezco en una pista de Skate acorralado entre ruedas y vértigo joven que me pasan muy cerca, igual que aquella vez, en medio de la avenida, rezando para no morir aplastado por un colectivo. La piba no está, dónde fue, ahí la veo, se metió en un galpón ardiente de rocanrrol y carne fresca. Es hora de asumir que estoy para ver los trenes y las máquinas agrícolas que están para el lado de Constituyentes. En el camino me crucé con un atleta adentro de una rueda metálica gigante que iba cuesta abajo hacia el puente de aluminio. Lo sigo junto a unos pibes saltando como canguros en sus zancos con suspensión y otros haciendo malabares. Se alejan. Estoy agitado. ¿Cuánto hace que camino?, cinco, seis horas.
Es demasiado hermoso para ser cierto.
Me siento al lado del camino. Hay unos sillones grises cada tanto. Una chica amamanta a su hija. Me mira, sonríe, hola me dice, hola, contesto. Qué lindo es todo esto, comenta mientras cambia de teta. Sí, es más que eso... el arcoiris después de la tormenta que arrasó la tarde, son los colores suaves y el aire fresco, es la felicidad, le digo. Sí, por primera vez tengo la certeza de que ella va a vivir en un país maravilloso, murmura. A mí me pasa lo mismo.
Nos reímos, la nena también...
Estoy soñando, no puede ser. ¿Es otro planeta? ¿Dónde está la Argentina derrotada que echaba a sus hijos al exilio de la desesperanza? Tengo miedo de que no sea cierto. Hay magos en una tarima, rodeados de chicos. ¿Seremos parte de un truco gigante? Me pellizco el alma para ver si estoy vivo, y la certeza me brota en la garganta, me pica, me avisa que son los nervios, la sorpresa, esas cosas que no se compran con plata. Un payaso me saluda desde lo alto. ¿Usted vio cuánto se gastaron aquí? ¿Cuánto costó todo esto?, me dice una señora. NO, no costó nada, esto no tiene precio, señora. Estamos sembrando el porvenir, ¿se da cuenta? Ah, claro m'hijo, tiene razón, no lo había pensado así, pero esto es un semillero de buenas noticias.
La dejo, me deja, una ola de pibes de una escuela de Entre Rios, o de Salta, o Córdoba, nos separó. Estoy más mareado que un molinete, en el subte. Me pierdo en un camino de piedras, entro a un pabellón enorme mientras Fito Paez canta desde todas partes. Hay una pared de libros que sube y sube muy arriba, y no tendré tiempo de leerlos todos, ni viviendo mil años. Un robot me guiña un ojo, pícaro me señala una mina hermosa que tengo a mi izquierda. Está ensimismada con su ardua tarea: sus 3 hermanitos, las bolsas y folletos y el mate y el termo. La sigo, aparezco en una pista de Skate acorralado entre ruedas y vértigo joven que me pasan muy cerca, igual que aquella vez, en medio de la avenida, rezando para no morir aplastado por un colectivo. La piba no está, dónde fue, ahí la veo, se metió en un galpón ardiente de rocanrrol y carne fresca. Es hora de asumir que estoy para ver los trenes y las máquinas agrícolas que están para el lado de Constituyentes. En el camino me crucé con un atleta adentro de una rueda metálica gigante que iba cuesta abajo hacia el puente de aluminio. Lo sigo junto a unos pibes saltando como canguros en sus zancos con suspensión y otros haciendo malabares. Se alejan. Estoy agitado. ¿Cuánto hace que camino?, cinco, seis horas.
Es demasiado hermoso para ser cierto.
Me siento al lado del camino. Hay unos sillones grises cada tanto. Una chica amamanta a su hija. Me mira, sonríe, hola me dice, hola, contesto. Qué lindo es todo esto, comenta mientras cambia de teta. Sí, es más que eso... el arcoiris después de la tormenta que arrasó la tarde, son los colores suaves y el aire fresco, es la felicidad, le digo. Sí, por primera vez tengo la certeza de que ella va a vivir en un país maravilloso, murmura. A mí me pasa lo mismo.
Nos reímos, la nena también...
Daniel Mancuso
4 comentarios:
muy buena crónica, felicitaciones
muchas gracias por habernos hecho parte de esta crónica tan conmovedora como sincera.
cuando camino con mis hijas y mi mujer, que me acompañan en algunas funciones siento lo mismo...ellas van a vivir en un país mejor... que así sea..asauó..
pablo cazuro
Increíble: Pablo, anoche mi hija no podía dormir, me decía que tenía miedo a unos dibujitos y los soñaba a su pesar. Entonces, le dije que en el sueño, cuando aprecieran sus miedos les hiciera "asauó"... y los miedos se iban a ir, se reía mucho y se durmio tranquila. Salud.
Gracias, Nito, abrazo
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