sábado, 30 de julio de 2011

SER APRECIADO Y APODERARSE DE LO QUE CAMBIA





Como el hombre del cuadro de Carpani, me siento a mirar la vida transcurrir entre el asombro y la duda. Cierro los ojos y me sueñan mis obsesiones. Me levanto a resongar, e intento desanudar la madeja de imposibilidades y frustraciones. A veces me sale, cada tanto. No desmayo, pero me pone triste tanta impotencia compartida con algunos millones de congéneres desparramados por ahí, que están peor que yo, y sufren intensamente, cuando todo debería ser una fiesta. Lo único que me apacigua la bronca es descubrir cada día que sale el sol cuando la vida me sorprende entre los afectos y los abrazos. Y que soy espuma salada de una marea nueva que moja las costas de este tiempo. No soy tan pobre, después de todo...


1
Mi amigo Rodolfo me mandó una cartita con este texto que les dejo para intentar un agujero en el vidrio empañado...


    Hay que aprender a discernir las oportunidades no realizadas que duermen en los repliegues del presente.

    Hay que querer apoderarse de las oportunidades, apoderarse de lo que cambia. Hay que atreverse a romper con esta sociedad que muere y que no renacerá más.

    Hay que atreverse al éxodo. No hay que esperar nada de los tratamientos sintomáticos de la "crisis", pues ya no hay más crisis: se ha instalado un nuevo sistema que tiende a abolir masivamente el "trabajo". Restaura las peores formas de dominación, de servidumbre, de explotación al obligar a todos a luchar contra todos para obtener ese "trabajo" que ha abolido.

    No es esta abolición lo que hay que reprocharle, sino pretender perpetuar como obligación, como norma, como fundamento ireemplazable de los derechos y de la dignidad de todos, ese mismo "trabajo" cuyas normas, dignidad y posibilidad de acceso tiende a abolir.

    Hay que atreverse a querer el Éxodo de la "sociedad de trabajo": no existe más y no volverá. Hay que querer la muerte de esta sociedad que agoniza, con el fin de que otra pueda nacer sobre sus escombros. Hay que aprender a distinguir los contornos de esta sociedad diferente detrás de las resistencias, las disfunciones, los callejones sin salida de los que está hecho el presente.

    Es preciso que el "trabajo" pierda su lugar central en la conciencia, el pensamiento, la imaginación de todos: hay que aprender a echarle una mirada diferente: no pensarlo más como aquello que tenemos o no tenemos, sino como aquello que hacemos. Hay que atreverse a tener la voluntad de apropiarse de nuevo del trabajo...


André Gorz

Miserias del presente, riqueza de lo posible.
Ed. Paidós. Estado y Sociedad,
año 1998



2
Otra ráfaga sacude las conciencias dormidas...

    En la actualidad, un desempleado no es objeto de una marginación transitoria, ocasional, que sólo afecta a determinados sectores, está atrapado por una implosión general. Es víctima de una lógica planetaria que supone la supresión de lo que se llama trabajo, es decir de los puestos de trabajo.

    Se pretende que lo social y económico están regidos por las transacciones realizadas a partir del trabajo cuando éste ha dejado de existir. Las consecuencias de este desfasaje son crueles. Se trata y se juzga a los sin trabajo, víctimas de esa desaparición, en función de los criterios propios de la época en que abundaban los puestos de trabajo. Despojados de empleo, se los culpa por ello, se los engaña y tranquiliza con promesas falsas que anuncian el retorno próximo de la abundancia, la mejoría rápida de la coyuntura afectada por los contratiempos. De ahí resulta la marginación inexorable y pasiva de un número inmenso y creciente de "buscadores de empleo" que, irónicamente, por el hecho de serlo, se incorporan a una norma actual; norma que no es reconocida como tal ni siquiera por los marginados del trabajo, quienes por el contrario son los primeros (hay quien se asegura de que lo sean) en considerarse incompatibles con una sociedad de la cual, sin embargo, son el producto más natural. Se los convence de que son indignos de ella y sobre todo responsables por su situación a la que encuentran envilecedora. Se acusan de aquello de lo cual son víctimas.

    Todo esto, que no tiene nada inocente, les inculca esa vergüenza, ese sentimiento de ser indignos, que conduce a la sumisión plena. El oprobio desalienta toda reacción distinta de la resignación mortificada.

    Porque nada debilita ni paraliza tanto como la vergüenza. Ella altera al individuo hasta la raíz, agota las energías, admite cualquier despojo, convierte a quienes la sufren en presa de otros, de ahí el interés del poder en recurrir a ella e imponerla. La vergüenza permite imponer la ley sin hallar oposición y violarla sin temer la protesta. Genera el impasse, paraliza cualquier resistencia, impide rechazar, desmitificar, enfrentar la situación. Distrae de todo aquello que permitiría rechazar el oprobio y exigir un ajuste de cuantas político con el presente. Más aún, permite explotar esta resignación, así como el pánico virulento que ella misma ayuda a crear. La vergüenza debería cotizarse en la Bolsa: es un factor importante de las ganancias.


Viviane Forrester
El horror económico.
Edit. Fondo de Cultura Económica. Año 1997.





3



Mi amigo Rodolfo me mandó otra cartita con más luz...



Repartir el trabajo socialmente necesario

La necesidad imperiosa de un ingreso suficiente y estable es una cosa; la necesidad de actuar, de obrar, de medirse con los otros, de ser apreciado por ellos es una cosa diferente, que no se confunde ni coincide con la primera.

El capitalismo asocia sistemáticamente las dos, las confunde y funda sobre esta confusión el poder del capital y de su empresa ideológica: (no permitir... o valorar ) ninguna actividad que no sea un "trabajo" encargado y pagado por quien lo encarga; ningún ingreso suficiente que no sea la remuneración de un "trabajo".

La necesidad imperiosa de un ingreso suficiente sirve de vehículo para hacer pasar de contrabando "la necesidad imperiosa de trabajar".

La necesidad de actuar, de obrar, de ser apreciado sirve de vehículo para hacer pasar de contrabando la necesidad de ser pagado por lo que se hace.

Como la producción social (la de lo necesario y la de lo superfluo) exige cada vez menos "trabajo" y distribuye cada vez menos salarios, se vuelve cada vez más difícil procurarse un ingreso suficiente y estable por medio de un trabajo pago. En el discurso del capital, se atribuye esta dificultad al hecho de que "el trabajo falta". Se oculta así la situación real; pues evidentemente lo que falta no es el "trabajo", sino la distribución de riquezas para cuya producción el capital emplea un número cada vez más reducido de trabajadores.

A todas luces, el remedio para esta situación no es "crear trabajo", sino repartir mejor todo el trabajo socialmente necesario y toda la riqueza socialmente producida. Lo que tendría como consecuencia que lo que el capitalismo ha confundido de manera artificial podría de nuevo ser disociado: el derecho a un ingreso suficiente y estable ya no tendría que depender de la ocupación permanente y estable de un empleo; la necesidad de actuar, de obrar, de ser apreciado por los otros ya no tendría que adoptar la forma de un trabajo encargado y pagado. Éste ocuparía cada vez menos lugar en la vida de la sociedad y en la vida de cada uno. En el seno de ésta podrían alternar y reemplazarse actividades múltiples, cuya remuneración y rentabilidad ya no serían la condición necesaria ni el fin.

Las relaciones sociales, los lazos de cooperación, el sentido de cada vida serían producidos principalmente por esas actividades que no valorizan el capital. El tiempo de trabajo dejaría de ser el tiempo social dominante...


André Gorz

Miserias del presente, riqueza de lo posible.
Ed. Paidós. Estado y Sociedad,
año 1998




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