martes, 14 de diciembre de 2010

MEMORIAS DEL FUTURO







Hubo un gobernante muy corrupto que reinaba en la ciudad y hacía enormes negocios con las empresas y corporaciones, usaba el dinero público, arreglaba tres o cuatro veces las mismas veredas para aparentar que algo hacía, hablaba por televisión desentendiéndose de todos los problemas, acusaba a los otros de no dejarlo gobernar, mientras abandonaba las tareas sociales y dejaba sin recursos los hospitales, las escuelas, los parques, los comedores, las bibliotecas, los ministerios.

Algunos idiotas repetían la célebre frase de campaña: Tiene muchísima plata, no necesita más, por eso se dedica a la política, no viene a robar, viene a administrar y arreglar los desastres precedentes...

Fueron tantas las cagadas que se mandaba el monarca que no alcanzaban a contabilizarse. Las nuevas defecciones tapaban las recientes ineficiencias, y éstas habían borrado anteriores traiciones a la confianza popular. Los titulares de los diarios hablaban de tsunamis en paises remotos y partidos de futbol y peleas de bataclanas siliconadas. En tácita complicidad, tapaban sus decisiones inescrupulosas, haciendo hincapié en la inseguridad que inventaban a cada rato, reiterando un asalto quinientas veces, mantando a una víctima una y otra vez.

El tipo se afeitó el bigote y se casó con un chica bonita de la alta sociedad para que los paparazzi se hicieran una fiesta con su fiesta.

Siempre elegante y cínico, se mostraba incólume tras la tragedia de turno, inventaba falacias y justificaciones absurdas que siempre encontraban quien las creyera, y seguía su camino de trapisondas como si nada hubiera ocurrido. Derrumbes, desalojos, accidentes, incendios, escándalos, inundaciones, nada lo atemorizaba, siempre salía indemne. Él sonreía triunfante como un rock star sobre el escenario de un gran estadio.

El monarca empresario aprovechó los aires mediáticos propagandísticos, los silencios periodísticos y la confusión para postularse a Presidente. En tanto, cerraba todas las canillas, y usaba la enorme cantidad de dinero acumulado para imprimir folletos, camisetas, banderas, sombrillas y carteles amarillos que inundaron la ciudad y deslumbraban a los peatones desprevenidos. Los árboles y cordones eran amarillos, los pájaros y los perros también.

Tan amarillo estaba todo que la población empezó a sentirse enferma, temiendo padecer problemas hepáticos o fiebre amarilla. Se miraban unos a otros con desconfianza, evitando los contactos físicos, y aunque estuvieran frente a frente, se hablaban por celular, a prudente distancia, lejos de las gotitas de Flügge.

Habían pasado muchos años de democracia pero los pobres no dejaban de multiplicarse. El derrame neoliberal fue una farsa que duró bastante, pero ya no alcanzaba con las promesas dilatadas eternamente. Las hordas oscuras (compuestas de inmigrantes de diversos orígenes que constituían la fuerza de trabajo básica de la economía cotidiana: albañiles, obreros y operarios, mucamas y niñeras, enfermeros y recolectores de basura, empleados en negro) coparon los parques en protesta por las condiciones infrahumanas que vivían a diario.

Las bolsas de residuos comenzaron a formar montañas en las esquinas de los barrios; el olor inmundo tapó los perfumes de las flores, los desodorantes de ambientes y las Eau De Toilette. Nadie quería hacer el trabajo sucio. La mayoría huyó a los countries y seguían los acontecimientos por televisión; los que se quedaron estaban aterrados por las informaciones catastróficas que se repetían insistentemente. La xenofobia fue en aumento, al punto que algunos desquiciados salían a cazar morochos con escopetas y pistolas que se alquilaban ad hoc, en puestos municipales.

Hubo cortes en protesta por la ineficiencia y la desidia gubernamental. Los piquetes se multiplicaron en las principales avenidas y frente a los edificios municipales. Las calles estaban colapsadas. Miles de automóviles se amontonaban en el pavimento caliente de todas las ciudades. Estaban atrapados, no podían salir y no querían abandonar su vehículo, así que se dispusieron a pasar las noches en ellos, haciendo turnos y reemplazándose con sus familiares (siempre alguien estaba al volante para cuando se despejara el camino).

Los más prácticos dejaron los autos y se trasladaban en bicicletas. Poco a poco, la gente empezó a vender los vehículos o directamente los abandonaban por allí, debido a la imposibilidad de usarlos. Con lo que sale un auto de esos podríamos hacer seis o siete casas sencillitas para nosotros, decían por ahí.

Un dirigente llamado Cristiano Rattazzi arengaba a los incautos a los gritos, desde un puente de la Panamericana, porque se caía la industria automotriz y se venía el comunismo. Había tractores y banderas del PO y el PTS apoyando al quejoso fabricante.

Las rubias teñidas, histéricas, tocaban los timbres y avisaban que cerraran con llaves y candados las puertas y ventanas, los negros tomarían las casas y las plazas, expulsando a las familias a la intemperie y la muerte segura.

En las esquinas, grupos de jóvenes, y adultos también, discutían las variantes de la redistribución de la riqueza y sacaban conclusiones asombrosas que se propagaban entre las multitudes: hay pocos que tienen mucho a costa de muchos que viven en la miseria. Las señoras abrían las bocas como morsas, sorprendidas, con los ojos grandes ante tales descubrimientos.

Un viejo sabio que vivía en los suburbios salió a predicar verdades irrefutables. Había sido muy joven cuando el 17 de octubre de 1945 arrasó la historia vieja. Sabía de persecuciones y de exilios, de cárceles y heridas profundas. Todos querían hablar con él, que contara historias de la Resistencia, y recordara anécdotas de las luchas en la noche genocida. El viejo tenía una voz suave y confiable, daba gusto escucharlo. Confiaba en los pibes de las esquinas y afirmaba que detrás de las paranoias y las puestas en escena amanecerían tiempos felices y calmos, cuando todas las mentiras quedaran pisoteadas, y los reyes de cartón pintado ya no tuvieran adictos estúpidos que los aplaudieran; cuando el escepticismo y la ignorancia fueran enfermedades erradicadas definitivamente, y la memoria tomara el mando de la nave argentina. Sólo sabiendo la incontable repetición de frustraciones padecidas, y con la convicción de evitar el mito de Sísifo que nos persigue hace 200 años, sabremos hacia dónde vamos y podremos consolidar un Proyecto colectivo, decía...


Daniel Mancuso

1 comentario:

Daniel dijo...

Espectacular relato.

(Una de las primeras medidas que tomo Mauri fue perdonarle la deuda impositiva a todos los bancos privados radicados en la ciudad. Un fenómeno en ésto de "redistribuir").

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