Por Gideon Levi − Haaretz, 31 de diciembre de 2008
Traducido del hebreo por Ester Mann y Andrés Aldao
Traducido del hebreo por Ester Mann y Andrés Aldao
Nuestros mejores hijos, los destinados a la aviación, están atacando en Gaza. Buenos muchachos de buenos hogares haciendo malas acciones. La mayoría, correctos, de buena presencia, seguros de sí mismos, muchos inclusive se consideran a sí mismos valiosos. Decenas de ellos salieron el sábado negro (27/12) a bombardear blancos del “polígono de Gaza”.
Salieron a bombardear la formación de fin de curso de jóvenes policías que hallaron un trabajo fuera de serie en Gaza y los mataron por decenas; Bombardearon una mezquita y de paso mataron a cinco niñas, todas hermanas, hijas de la familia Balusha (la más pequeña de cuatro años); bombardearon una estación de policía e hirieron a una vecina médica, internada en estado de coma en el hospital Shiffa, que está repleto hasta estallar por la cantidad de heridos y muertos; bombardearon una universidad, a la cual llaman entre nosotros el “Rafael palestino”, destruyeron el hostel de las estudiantes; tiraron cientos de bombas desde el cielo azul sin ninguna oposición de los palestinos.
En cuatro días mataron a 375 personas. No diferenciaron, y no podían diferenciar, entre alguien del Hamás y una niña, entre un agente de tránsito y un disparador de kassam, entre un depósito de municiones y un consultorio médico, entre el primer piso y el segundo en un edificio habitado por decena de niños. Según los informes, la mitad de los muertos fueron civiles inocentes. No podemos “quejarnos” de la puntería de los pilotos, no puede ser distinto cuando el arma es un avión y el blanco una franja de tierra donde los habitantes viven tan aglomerados. Nuestros excelentes aviadores son ahora héroes sobre los débiles: sin otra aviación que se le oponga, sin ninguna estructura defensiva contra ellos, bombardean y bombardean sin que nadie los moleste, como si estuviesen en vuelos de maniobras.
Es difícil saber lo que les pasa por la cabeza, qué ocurre en sus corazones. Dudo que sea relevante. Se los juzga por sus actos. De todas maneras, desde una altura de miles de pies el cuadro se ve aséptico, como las manchas de tinta del test Rorschach: apuntar al objetivo, apretar el botón y ¡hop! se levanta una nube de humo negro. Otra vez dieron en el blanco. Ninguno de ellos ve la consecuencia de sus actos con sus propios ojos, ni antes ni después, sólo desde la altura del avión. Seguramente penetrados por los cuentos de terror sobre Gaza −nunca estuvieron allí− como si no existieran allí un millón y medio de personas que sólo quieren vivir con un mínimo de dignidad. Gaza, en la que hay jóvenes como ellos, con semejantes sueños humanos: estudiar, trabajar, formar una familia, aunque no tienen ninguna posibilidad de concretar, con o sin bombas.
¿Es que los pilotos piensan en ellos, los hijos de los refugiados cuyos padres y los padres de sus padres ya fueron expulsados de sus vidas?
¿Piensan acaso sobre los miles de heridos que quedan inválidos por el resto de sus vidas en una zona donde no hay un hospital digno de ese nombre ni siquiera un solo centro de rehabilitación?
¿Piensan acaso sobre el odio terrible que despiertan, no sólo en Gaza si no en todos los puntos del planeta, gracias a las tétricas fotos exhibidas?
No fueron los pilotos los que decidieron esta guerra, pero son sus ejecutores. Los que tomaron las decisiones son los que deberán rendir cuentas, pero los aviadores son sus asociados. Cuando vuelvan a sus casas recibirán grandes honores, como es costumbre entre nosotros, los mejores a la aviación. Creo que nadie tratará de alentar sus dudas morales, al contrario, son los verdaderos héroes de esta maldita guerra.
El vocero del ejército los congratula todas las noches resaltando el “trabajo extraordinario” que realizan, ignorando, por supuesto, también él, el cuadro desvastador de Gaza. Después de todo, ellos no son los guardias fronterizos sádicos que torturan a los árabes en las callejuelas de Nablus y en la casba de Hebrón, o los crueles “mistarabim” (unidades de combate israelíes con vestimentas árabes), que matan a sangre fría y a quemarropa. Como hemos dicho, ellos son nuestros mejores hijos.
Tal vez si se encontraran una sola vez con las consecuencias de su “trabajo extraordinario”, cambiarían de idea, pensarían dos veces sobre sus actos. Si fuesen una sola vez al hospital Alin en Jerusalem, en donde está internada hace ya tres años la pequeña María Aman, completamente paralizada, que mueve las ruedas de su silla y toda su vida sólo con la barbilla, se horrorizarían. María, la maravillosa, fue herida por una raqueta en Gaza, que también mató a casi toda su familia (ellos la habían fabricado...).
Pero todo esto se oculta y se esconde de los ojos de los pilotos. Ellos hacen el trabajo solamente, como se dice, cumplen órdenes, como máquinas de bombardeo. En los últimos días se esmeran en especial, y los resultados están ante los ojos de todo el mundo: Gaza se lame las heridas, igual que el Líbano hace dos años, y casi nadie se detiene un minuto para preguntarse si realmente es necesario. ¿No se podía evitar? ¿Aporta a la seguridad de Israel y a su perfil moral? ¿Realmente vuelven nuestros aviadores sanos y salvos a sus bases, o llegan como seres insensibles, ciegos y crueles?
Publicado por Andrés Aldao en
1 comentario:
a pesar de estso recontramilhijosdeputasesinos
feliz 2009
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