NO estamos tan lejos de nuestros ancestros. La condición humana preserva valores y conocimientos adquiridos hace milenios.
Desde el inicio de los tiempos, intentamos explicarnos las cosas que no entendemos, la curiosidad develó los secretos de la naturaleza, la perseverancia trajo los inventos que no vinieron por accidente, la necesidad los puso en práctica. Poco a poco, fuimos dando respuesta a las incognitas que caían como hojas en otoño, para dejar paso a las nuevas preguntas.
Hoy en día, cual hombre de las cavernas, sabemos cómo hacer el fuego con lo que tenemos más a mano, un diario Clarín, por ejemplo.
Las cuevas eran tapizadas con pieles de animales, ahora las hojas grandes de La Nación, protejen nuestra morada cuando pintamos el cielorraso.
Los viejos alquimistas buscaban la piedra filosofal. ¿Qué es la piedra filosofal? Es una sustancia que según la alquimia tendría propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metales vulgares en oro.
Hoy el oro de los pueblos es la verdad. Una mercancía muy buscada, que se esconde en los vericuetos del poder, y escapa a cuentagotas por los resquicios de las oficinas corporativas, fluye por las grietas de la mentira mediatizada.
Cada día, con esfuerzo, desentrañamos las inextricables noticias del mundo fantástico que inventan en las redacciones y estudios de TV.
Cuentan que una señora del barrio, que murió el mes pasado, tenía pesadillas que desembocaron en su repentino deceso. La difunta había contado la causa de sus desvelos a su cuñada que comentó los hechos en la verdulería...
- ...Una sifosis paulatina nos empequeñece, a todos, como una peste. Salimos a la calle esperando la puñalada artera de los millones de asesinos sueltos que producen masacres inusitadas. Las sirenas suenan sin parar. Pasan ambulancias en busca de heridos. Pasan patrulleros tiroteandose con autos raudos que corren a contramano. Pasamos por kioscos de diarios que chorrean hojas sangrientas, y nos amargamos por las novedades autoritarias de los crueles gobernantes. Miramos desconfiados a cada desconocido (casi todos) que se nos cruza. No hablamos con nadie procurando pasar inadvertidos. Miramos para atrás, para el costado, nos duele el cuello y el corazón que late fuerte y aprieta el aliento. Llegamos adonde tenemos que ir con la cabeza gacha y el humor seco. Lloramos las últimas gotas que nos quedan por estar a salvo, un rato más...
La pobre señora vivía petrificada frente a los noticieros. Sabía los nombres de pila de todos los periodistas independientes: Jorge (cómo fuma ese muchacho), Joaquín (tiene una mirada triste el pelado), Luís (es un petiso simpático, dice que no crea lo que dice la tele), Santo (debe haber sufrido mucho de chiquito y perdió la sonrisa, pobre), Maria Laura (yo le creo), Eduardo (lo mejor de C5N), Lorena, Marcelo, Julio, Pepe, Alfredo... hablaba con ellos, les hacía preguntas, se enojaba.
Que se quedan con nuestra plata, que no hacen lo que deben, que van contra la ley, que cobran demasiados impuestos, que no quieren al campo, que se quieren quedar con las fábricas, que no respetan al Congreso, que matonean a los periodistas, que largan a los asesinos, que persiguen a los jueces, que no cuidan a los médicos... el corazón no le aguantó.
La cuñada decidió que no se vea más televisión en la casa. Su hijo empezó a ir al potrero de nuevo, con sus amigos. Ella pasa más tiempo en el patio, al sol, leyendo, tomando mate, charlando. Rompió la pantalla del aparato, lo llenó de tierra y plantó unos malvones rojos. Lo puso al fondo, al lado del limonero.
El dolor la devolvió a la naturaleza.
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