200 años de periodismo. Los medios como los nuevos actores políticos...
Hubo una época en la que el periodismo argentino se expresaba con franqueza y nadie se equivocaba sobre las opiniones del diario del que se trataba. Por una parte, existían aquellos identificados con partidos políticos o corrientes de opinión: el mitrista La Nación, el conservador La Prensa, el yrigoyenista La Época, el peronista Democracia, el socialista La Vanguardia, el anarquista La Protesta, el comunista Nuestra Propuesta, el nacionalista Azul y Blanco, la católica Criterio, entre muchos otros.
El propósito fundamental de esta prensa era difundir ideas y posiciones políticas, económicas y hasta filosóficas, a través de la transmisión de la información y de su interpretación.
Junto a estas publicaciones con mayor o menor sesgo partidario –La Nación y La Prensa eran menos explícitas– existía la prensa empresaria: el diario como negocio, con sus efectos en materia de enriquecimiento, influencia o prestigio, según los casos. Sin embargo, había reglas del juego: en general se diferenciaba con claridad el relato de los hechos por una parte, con la opinión del diario sobre ellos, por la otra. No se confundía información con juicio crítico.
Estas normas éticas del periodismo se han perdido, porque ahora los medios de comunicación –que incluyen a los escritos– en ciertos países y casos han entrado de lleno en el juego del poder. Se han transformado en correa de transmisión de los intereses y las opiniones del establishment económico.
Presentan como si fuera información veraz a sus opiniones sesgadas, a sus prejuicios y a sus apetencias. Así, mediante una acción coordinada, todos los días lanzan los slogans de los principales grupos económicos: a la mañana aparecen en los principales diarios porteños, rebotan en los diarios del interior y en las radios, y por último repiten las televisoras; de esos relatos se nutren los grupos opositores y la opinión pública incauta, que incorporan así la agenda y el discurso del establishment. De tal modo, los dueños de los medios de comunicación bajan línea a los periodistas y comunicadores que trabajan para ellos; y reemplazan a los partidos políticos en la elaboración de la agenda y el discurso opositor. Son los nuevos actores políticos con pretensiones hegemónicas; pero como sus antecesores militares y políticos de esta especie, nunca se equivocan: siempre sirven al ESTABLISHMENT.
De cómo los periodistas e intelectuales al servicio del poder real se disfrazan de contestatarios gracias a una gran operación mediática...
En un riquísimo diálogo con Gilles Deleuze incluido en Microfísica del poder, MICHEL FOUCAULT definía el papel de los intelectuales a partir de su relación con el poder:
- “Ahora bien, los intelectuales han descubierto que las masas no tienen necesidad de ellos para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos; y lo afirman extremadamente bien. Pero existe un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está solamente en las instancias superiores de la censura, sino que se hunde más profundamente, más sutilmente en toda la malla de la sociedad. Ellos mismos, intelectuales, forman parte de ese sistema de poder; la idea de que son los agentes de la conciencia y del discurso pertenece a este sistema. El papel del intelectual no es el de situarse un poco en avance o un poco al margen para decir la muda verdad de todos; es ante todo luchar contra las formas de poder allí donde éste es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del saber, de la verdad, de la conciencia del discurso”.
En otras palabras, hay intelectuales que trabajan para mantener un estado de cosas, para cristalizar relaciones de poder ya establecidas, para naturalizarlas y evitar que éstas sean subvertidas; otros, en cambio, presentan batalla a ese orden establecido, muchas veces validando desde su lugar ese saber popular (podría decirse, también, ese sentir popular) sobre lo que ocurre en el campo de la política, haciendo visibles las relaciones de poder que subyacen en los discursos.
En la Argentina existe por estos días una potente operación multimediática que intenta –no sin cierta eficacia– poner a unos en el lugar de los otros y viceversa. Podría decirse que se trata de una operación de encubrimiento destinada a engañar a la opinión pública, cuyo objetivo último es mantener intocados e intocables los intereses de los grupos económicos más concentrados y las consecuencias políticas, económicas y sociales que estos intereses imprescindiblemente producen.
Los programas periodísticos de la pantalla nocturna de TN, las páginas de La Nación y, en menor medida -por las características del diario-, las de Clarín, son los escenarios privilegiados para su realización. Basta con leer o escuchar lo que escriben y dicen sus columnistas habituales, ya se trate de intelectuales o de periodistas, para comprobarlo.
El primer paso es el ocultamiento de la existencia de un poder real que -en mayor o menor medida, pero de manera casi constante- ha manejado, a través de dictaduras o democracias sujetadas, según las circunstancias, la vida de millones de argentinos. A partir de allí, el discurso multimedia le otorga el poder real al Estado al mismo tiempo que lo identifica con el Gobierno. Consumada la operación, los grupos económicos más concentrados de la Argentina –el verdadero poder real, representado por la Sociedad Rural, la Asociación Empresaria Argentina, cierto sector de la UIA, el Grupo Clarín, etc...– entran en escena como simples actores, víctimas de los caprichos de un Estado-Gobierno autoritario y omnipotente. Y mediante esa auto-victimización –potenciada por la sensación de inseguridad, la falta de seguridad jurídica y otras yerbas falaces– buscan la solidaridad de buena parte de la mediocre clase media argentina, de peso decisivo en un año electoral.
A esa clase media apunta el discurso de los intelectuales y periodistas del poder real, devenidos gracias a esta operación de desplazamiento en pensadores y opinólogos independientes –casi revolucionarios, si por ellos fuera– que cuestionan el poder de ese Estado-Gobierno. Como contrapartida, aquellos que defienden el modelo o, siquiera, rescatan críticamente algunos de sus logros, quedan catalogados como agentes del Gobierno.
Es un verdadero milagro mediático: si se presta atención a los nombres que pontifican democracia verdadera desde lo alto de las marmóreas columnas de La Nación, es habitual encontrar a un consumado redactor de proclamas dictatoriales que habla de defender la República; a un viejo propagandista del Operativo Independencia que se siente amenazado por la crispación autoritaria del Gobierno; o a un escritor que la juega de valiente cuestionador cuando su mayor audacia intelectual fue, allá lejos y hace tiempo, poner una cruz invertida en el título de un libro olvidable. Y siguen las firmas.
Desde su impostura de tribunos democráticos todos ellos apelan a los lugares comunes más berretas para movilizar a buena parte de la población en contra de sus propios intereses. Y entonces el Gobierno avanza contra la libertad de prensa con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (La Ley de Medios). Y, claro, “todos somos el campo” y “el campo es la patria”, por citar sólo un par de eficaces boludeces.
Así de profundas son las sesudas formulaciones de nuestros periodistas e intelectuales independientes. Independientes de todo y de todos, menos de sus poderosos patrones.
1 comentario:
Por ejemplo; Grondona es una verdadera brújula. Si el está en el norte, sin dudas te tenés que parar en el sur.
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