MUERTES

Cada muerte es un dolor candente que no cesa, un eco triste que rebota en las paredes del alma de los que se quedan, los sueños amputados de los que se van, llantos incontenibles que se contagian como la gripe y no los detiene el Tamiflú ni el alcohol en gel.

Hay para todos los gustos. Muertes importantes y otras invisibles. Hay muertes célebres, muertes ninguneadas, muertes insignificantes. NO es lo mismo morirse en formosa con las patas en el barro y la panza vacía, que morir del cuore en Barrio Norte. La muerte no escapa al rating de la tele, pero para ser un muerto famoso hay que hacer méritos. Si te pisa un auto no sos famoso, si sos uno de los 22 fiambres diarios en calles y rutas, arrastrado por un imbecil apurado, sos un número de la estadística de la mala suerte, una cosa sin importancia. Si morís de chagas estás out, hermano. Si te morís de Gripe A, ahí la cosa cambia, ahora está de moda. Se impone el barbijo y el beso en el aire. Cierta histeria paranoica queda bien, mucha fobia al contacto no. Nos colocaría en inventores de una nueva categoria para el DSM-IV, pero inventores al fin. Los argentinos somos así, ¿viste?

Yo prefiero ser un tipo común, que es inusual en estos días, como mi viejo o mi nono. Vivir comprometido con mi vida y con la ajena. Vivir soñando cosas imposibles, nadando contracorriente en un mar de corazones medrosos y espíritus timoratos. Dando saltos entre las islas flotantes de los quijotes agrupados en hermandad contra la tiranía de los pusilánimes. Y el día que me toque, me va encontrar feliz de haber batallado toda mi vida contra la injusticia y la estupidez.

Daniel Mancuso