Querido Mario,
cuando la siesta ahogaba
mis primeras dudas
en tristeza joven
por rechazos repetidos
de sonrisa esquiva,
fuiste mi primer pañuelo,
mi amigo,
eras música serena
en la angustia flaca
de mi rumbo adolescente.
Colgaste amores valientes
en mi cabeza hueca
y en la pared de mi cuarto.
La expedición vital sonrió,
se bañó en rimas y colores
metáforas de tiempos idos
mañanas auspiciosos y
presentes insondables,
peligrosos, suicidas...
Tu poesía abierta
le soplaba magias a
las consignas del graffiti
de la noche muerte,
insufló esperanzas y consuelos
en la pena indefectible,
la caída artera.
Maestro vitalicio,
te quiero como a un tío
de la infancia,
como a mi hermano
enseñándome a
andar en bicicleta,
como a mi viejo
y sus silencios añorados.
Si un día se te ocurre
viajar al otro entonces
no te irás a ningún lado
seguirás en mi alma machucada
redimida en tus versos y canciones.
Daniel Mancuso
1 comentario:
hermoso, estos tipos no mueren jamas!
saludos
Publicar un comentario