Hoy fui a un casting. Había mucha gente. Me encontré, como siempre, con actores batallantes, colegas que vienen remando como yo desde hace tanto tiempo. ¿De qué pudimos hablar? De la profesión, de la incertidumbre diaria, de que cada vez nos pagan menos (cuando nos pagan), de los contratos incumplidos. Anécdotas gastadas y frustraciones conocidas. Temas recurrentes, como recurrentes son las esperas, las dilaciones. Es un momento distendido, lleno de humor y picardía. Aunque a veces hay ruido. Los tipos que repiten eso de: "...a mí el sindicato no me representa, me saca la guita y no hacen nada por mí. Encima, transan con las productoras". Se me encendió la alarma, en un breve instante pensé las múltiples respuestas. Casi todas rondaban la zona de los insultos y los agravios, así que, decidí ser asertivo. "¿por qué lo decís? ¿tenés pruebas?", le pregunté interesado. Sus explicaciones eran difusas, inconsistentes, tontas.
Esta tipología argentina recorre todo el país, va de norte a sur y de niños protoimbéciles a viejitos cretinos. Son clones de cobardes, repiten una serie de frases hechas sin ningún tipo de análisis ni criterio. Critican impunemente al que está haciendo pero son incapaces de una propuesta superadora, de una acción coherente. Son chatos, previsibles, lineales. Elementales como un virus, como el retrovirus "lilita". Necesitan un huesped para poder desarrollarse. Si es hueco, mejor.
A lo largo de la historia nuestra recorrieron las calles de las miserias más abyectas, escribieron: "viva el cáncer", caminaron hasta Luján para escuchar a un obispo mentecato, aplaudieron los desfiles militares, repitieron: "algo habrán hecho", golpearon las cacerolas, despreciaron a los humildes, ignoraron el sufrimiento supernumerario. Miraron de arriba, de costado, nunca de frente, a los ojos.
Ahí es donde empieza a subirme la tanada desde el fondo del asco, el enojo partisano. Empero, sonreí y le dije: "...pero hubo más de 10 reuniones , desde hace un año, para discutir nuestros problemas y buscar soluciones, nunca viniste". El pibe me miró y con cara de inocente me dijo sin inmutarse: "no me enteré". Insistí: "Pero se enviaron las convocatorias via mail a todo el mundo. ¿No las recibiste?". Displicente me dice: "Bueno, sí, me enteré que se juntaron el jueves pero no podía ir."
Hubiera querido insultarlo por salame pero insistí: "Mirá flaco si no participás y esperás que los otros te resuelvan los problemas no sirve. Nuestra Asociación Argentina de Actores es un sindicato chico y a los dirigentes los conocés, te los cruzás en los pasillos y si tenés que hablar o pedir algo te escuchan, venite a una de las asambleas y plantea tu posición". El flaco seguía vestido de escepticismo e insistía: "las reuniones son a la tarde y yo estoy ocupado o tengo una prueba de vestuario o algo de eso...". Es cierto que la estupidez es ilimitada y no distingue edad ni sexo.
Aproveché para comentarle que el 1 de diciembre hay elecciones y que se presentan 3 listas, cada una con visiones diferentes sobre la profesión y sobre el país, todas con actores conocidos por nosotros, ningún paracaidista ignoto, todos colegas que comparten nuestras penurias cotidianas, las broncas masticadas en las puertas de una productora, los plantones en algún canal. "Nooo, son todos iguales, ni pienso ir a votar".
Por suerte, la enfermedad tiene cura: el gataflorismo no es inmune al pensamiento libre, ni a la toma de conciencia. Se desvanece rápidamente frenta a las ganas de cambio y no se banca la luz, el movimiento...
por:
Daniel Mancuso.
Daniel Mancuso.
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