sábado, 14 de junio de 2008

Moverse


Por Sandra Russo

El martes, en la librería Gandhi, se presentó la Carta Abierta 3, firmada por el colectivo de personas ligadas a la universidad, la cultura, el arte, el feminismo y la literatura que se autoconvocan en la Biblioteca Nacional. La primera Carta Abierta tuvo por eje el “clima destituyente” que luego comenzó a hacerse cada día más palpable. La segunda, la necesidad democrática de contar con una nueva ley de radiodifusión. La tercera Carta Abierta reza sobre “La nueva derecha en la Argentina”. En la conferencia de prensa del martes hubo muy pocos medios de comunicación presentes. Casi ninguno. No les interesa a los grandes medios lo que surja de ese colectivo de pensamiento. No garpa el pensamiento como garpa De Angeli hablando de “tiranía”.

Está a la luz, dicho y escrito que ese enorme conjunto de personas se agrupa en la defensa de la sustentabilidad democrática, pese a que en su seno también arrecian las críticas, formuladas en voz alta, no sólo sobre cómo manejó y maneja el Gobierno esta crisis de proporciones inéditas, sino además sobre cómo se pliega sobre sí mismo, impidiendo la comprensión, la difusión y la comunicación de sus políticas. Esto es: cómo prende su suerte a estándares que ya no sirven (por ejemplo, que aquellos sectores beneficiados con sus políticas lo apoyarán), y cómo, al no haber abierto compuertas, tendido puentes y elaborado estrategias de contacto, queda a merced de esa nueva derecha que infecta el relato de la crisis con exageraciones, distorsiones, adjetivos y enunciados retrógrados (a propósito, el jueves Nelson Castro editorializó sobre “un gobierno de privilegios” porque Charly García está internado en la suite presidencial del Argerich. Hay que tener la mirada por lo menos negada a lo popular para poner allí, en la internación de un artista como García, el objeto de crítica al Gobierno y para ponerse a hablar de “privilegios”; un colmo más en estos días de gente sacada de eje).

He escrito “estrategias de contacto” en lugar de “movilización”, porque, como nos han enseñado muchos, entre ellos George Orwell, en momentos críticos uno debe pelear por su lenguaje y debe ser guardián del sentido de sus dichos, toda vez que lo primero que se deglute la derecha es el sentido de las palabras que se le oponen. Y una vez más habremos de dar vuelta ese guante enfangado de los términos que usamos cotidianamente. No se les puede regalar la antinomia de oficialista-opositor así como así, por esa inercia del lenguaje que incluso a muchos comunicadores les hace creer que el pensamiento crítico debe sostenerse siempre en contra de un gobierno y nunca en contra de otro poder real, destituyente, mentiroso, especulador y antipopular.

El guante enfangado dado vuelta nos hace preguntarnos hoy dónde está el poder, al menos una parte de él: ¿es éste un Estado fuerte? ¿Es ésta una democracia fuerte? ¿Dónde está lo blindado de ese poder que “dicen” que Kirchner habría acumulado? ¿Se desblindó, se enfermó de una osteoporosis discursiva que hoy lo demoniza, igual que a la Presidenta?

Como en una kermesse de barrio, con payasos sórdidos y juegos destartalados, allí están también algunos ex periodistas sanamente molestos que saltaron la cerca y hoy se integran, al sencillo modo que supo describir Umberto Eco, al coro de señoras y señores respetables tan irritados siempre con todo lo que huela a peronismo.

Uno de los problemas del peronismo es que trae consigo un relato y un contrarrelato que no han sido zanjados por la historia argentina. El contrarrelato victorioso tras la Libertadora, que no se llamó así por casualidad e inauguró décadas de proscripción y persecución política, que se propuso negarles el derecho a la política a los pobres, reza que el peronismo es un nido de vagos llevados en micros a todas partes, un amontonamiento de truhanes que buscan ganar elecciones solamente para abultar sus propias cuentas bancarias. Mi propia madre, que en su juventud era empleada en un comercio, me contaba cómo la habían llevado “por la fuerza”, una vez, a la Plaza de Mayo, y cómo por ese atropello, que debe haber sido cierto, supongo, toda su vida odió al peronismo. Pero también pude observar, como hija de mi madre, que le repelían los cabezas, los negros, los pobres cuando se organizaban. El pobre suelto, el que tocaba a su puerta para pedirle pan, era bienvenido para que ella ejerciera sus actos caritativos. El pobre junto al pobre, buscando salir de su pobreza, organizado, era para ella un exceso insoportable. Conocí muchas mujeres como ella, las sigo viendo, las leo cuando me mandan cartas en las que vomitan resentimiento.

La cultura expandida del contrarrelato de la Revolución Libertadora se quedó allí anidada, en esas capas medias que se ofrecieron en sacrificio al menemato, y canjearon dos viajes a Miami por el futuro de sus hijos y nietos. El menemato, que jamás provocó una oleada de odio como la que genera este gobierno –y no porque no robara, y no porque no acometiera una canallada tras otra–, se vengó de ellos con el peor fantasma: condenó a las capas medias a abandonar la conciencia de sí; las dejó sin trabajo, sin salud pública, sin educación pública, sin servicios esenciales públicos, sin Estado. Generó pobres nuevos, nuevos de toda novedad, y los arrimó al asentamiento, al barrio obrero sin obreros, a la villa. Pero esas capas medias amaron a Menem precisamente por lo que no tenía de peronista.

El contrarrelato tiene aguante de burro y premia sin pudor la traición al peronismo. O quizás, es el contrarrelato el que necesita peronistas como Menem o Barrionuevo o De la Sota, para mantenerse vívido en los millones de mentes operadas.

En la conferencia de prensa no hubo prensa pero hubo, sí, debate. Alguien dijo que esta derecha no es nueva, que es la misma de siempre, y que no había que regalarle la palabra “nueva”. No es un regalo, me quedé pensando. Lo Nuevo y el Cambio son dos latiguillos a los que siempre apelan derechas e izquierdas, clichés políticos. La Nueva Fuerza, Tiempo Nuevo, Movimiento para el Cambio, en fin, las siglas y los nombres de los programas de televisión deambulan cerca, necesariamente, de lo Nuevo y del Cambio. Es el sentido común de la derecha el que pretende lo Nuevo y el Cambio en la chapa, para conservar lo Viejo, u ocultarlo.

Otra persona relató, el martes, que estaba en una pizzería cuando la Presidenta pronunció su último discurso, y que nadie de los presentes quiso subir el volumen del televisor para saber qué decía. Rescato esta escena clave. No querer saber lo que dice. No estar interesado en lo que dice. Dar por supuesto lo que dice. Juzgar de antemano lo que dice. Estar en contra de lo que dice sin escuchar. No escuchar. Entregarse como ganado manso al analista de turno que se ocupará, esta noche o mañana, de destripar el discurso, de falsear un análisis, de manipular los dichos, de hacer preguntas falaces sin ningún derecho a réplica, de interpretar a su gusto y antojo cualquier cosa que se diga.

La nueva derecha asalta cuerpos y voces que dicen defender cierta transparencia que ellos mismos no practican. La nueva derecha repele el pensamiento que pueda darles una interpretación a los hechos diferente de la que ella ya tiene en la cabeza, y también en el corazón.

No sabemos qué tan sanguinaria ha de ser esta nueva derecha bacteriana que ha calado el ánimo argentino. El desastroso paisaje civil al que nos ha llevado esta crisis con los sectores de empresarios agropecuarios, regada por la condescendencia de los grandes medios y la cobertura acrítica de sus brutales medidas de fuerza –que habrían sido discursivamente aniquiladas si hubiesen sido protestas de trabajadores–, preanuncia que ya no es posible para nadie la inmovilidad.






"La plaza de las Trillizas"

Por Sandra Russo

Hace rato que el campo seduce a la ciudad, tanto como la ciudad seduce al campo. “Yo estoy con el campo”, se leía ayer en las pancartas cuadraditas que exhibían jóvenes de look Cardon, una marca que, dicho sea de paso, tiene en Palermo su “torre rural”. Parece una bizarrada argentina, y acaso lo sea, pero en el sitio web de la marca que impuso la ropa de estancia entre jóvenes y adultos que de estancieros tienen poco, se indica que sus emprendimientos inmobiliarios se originaron en el deseo de que la gente del campo “se sienta en la ciudad como en su casa”.

Algunos barrios de esta ciudad, anoche, estuvieron con el campo, aunque no se sepa muy bien cuál es el lazo que se estrecha, más allá del espanto que los une, y que es el gobierno kirchnerista. Iba a pasar tarde o temprano, pero seguro iba a pasar ante alguna señal concreta de que había llegado la hora de redistribuir un poco, un poquito, algo de lo que tienen y nunca en la historia han cedido de buena fe o buena gana.

Las Trillizas de Oro lo supieron antes que muchos, y por eso hicieron buenos matrimonios: acabado hace rato su cuarto de hora, las chicas fueron noticia solamente porque las tres eligieron casarse con polistas. Hay un glamour polista que recoge cierta muchachada bilingüe, un toque de distinción en alpargatas, un manierismo de mate con la peonada, un aire de familia numerosa y divina que aunque argentina, es rubia y fina. La base social y cultural del nicho citadino que no tiene empacho en arrebatarles a los piqueteros sus piquetes y que desembarcó en las calles con entusiasmo de debutante, encanto del polista.

A propósito, el lunes 24 me equivoqué de marcha, y en lugar de ir a la de los organismos de derechos humanos aterricé en la de las agrupaciones de izquierda. Quien se atuviera a lo que allí se megafoneaba, jamás hubiese comprendido este país, que un día después, un solo día, ofreció en el mismo escenario el espectáculo del sector agropecuario forzando rebelión en la granja.

A pesar del arrebato con el que estas líneas están siendo escritas, hay al menos un par de cosas claras. Quien votó a Cristina Kirchner se presume que votó algo parecido a lo que pasa. Medidas que redistribuyan riqueza. ¿Por qué hasta ahora no se tomaron medidas como éstas? Porque medidas como éstas no son gratis. Porque la riqueza no se suelta. Porque no hay lógica ni ideología capaces de arrancarle a un sector privilegiado algo de lo que tiene. Porque a la redistribución de la riqueza hay que acompañarla y sostenerla y defenderla de la reacción que provoca. Porque para acompañar un proceso de redistribución de recursos y de asignación de torta hay que hablar claro, tener coraje y poner el cuerpo y la cabeza a favor de ese cambio. Porque es más fácil, desde un progresismo previsible, rancio y fofo, seguir boludeando con el bótox o las carteras de la Presidenta.

Hoy hay miles de personas en las calles con pancartitas que dicen “Yo estoy con el campo”, sin que eso signifique otra cosa que estar en contra de este gobierno y de las medidas que pueden rozarles las ganancias. Así ha sido siempre. Siempre han estado a favor de quien les done favores y en contra de quien se los recorte. No los mueve nada más que el bolsillo. No hay otra ideología que el bolsillo, aunque usen alpargatas y salgan de padrinos del hijo de un peón.

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