jueves, 15 de noviembre de 2018

PUERTAS Y CERROJOS









El viento no sopla en el patio del infierno. Ni una simple brisa. No vuela una mosca. Sólo zumba la picana que no descanza. Se para el mundo cuando te ponen una capucha en la cabeza. La noche no tiene fin.  La radio suena... hombres trabajando.

El miedo va y viene como el cerrojo. Con él. Se cierra, se abre. El portón metálico está lejos, entre la atrocidad y nosotres. Carraspea el monstruo que vuelve. Chilla, anuncia nuevas agonías. Desafina un quejido oxidado. El ruido macabro perfora el silencio. Primero temblamos, despues, el terror nos paraliza, los pulmones se detienen, aunque el corazón galopa, el sonido de mi angustia no me deja escuchar quién se acerca. La película se pone en Pausa: prefigurando "Bullet time" antes que las Hermanas Wachowski imaginaran Matrix. Alerta rojo.

El patio tiembla. ¿viene por mí? La zozobra crece con los pasos del verdugo, los murmullos inaudibles, los gemidos sordos, los cuerpos aterrados. Las puertas de los calabozos esperan su turno. La voz del guardia atraviesa la capucha, raspa en medio del insomnio, congela las tripas. Te agarran del brazo, te arrancan del refugio, te llevan a pasear o a morir.

Los relojes se quebraron. No hay días ni noches, solo una lamparita en cada ladrillo de vidrio amarillo sobre la puerta del encierro, que nos pierde. La única salida es el sueño, pero no es fácil encontrarlo, se escapa, huye el muy turro. Pero si lo atrapo, me voy a la vida, al sol que se apagó con mi secuestro. Y si no, canto para adentro...

sol / ese sol / dónde está dónde va / si se pierde / qué colores habrá... / veo a través del grueso muro / ese sol al que espero / creo que vendrá / pero yo... / no espero más... 

Ya no, no me duele nada, lloro en silencio, pienso en mi vieja y lloro. No tengo cuerpo. Soy una mente que vuela. No sé si tengo miedo o estoy resignado. Es un limbo indefinido que me sostiene sin penurias gnoseológicas. A veces rezo el padre nuestro, aunque sé que no existe.

Un día empezamos a hablar de comidas con la flaca que comparte estancia conmigo, me enseñó a hacer torrejas, mientras saboreábamos la leche, el pan y el huevo batido... qué panzada nos dimos, carajo. Fue una brevísima felicidad.

Sorpresa... se abre la puerta, de golpe. No sé si duermo o estoy vivo, una fuerte claridad me arde entre la trama de la arpillera. Tengo hambre. ¿será el almuerzo o la cena? Qué rico está el mate cocido; el pedazo de pan es una delicia. Este mozo es más bueno que el de ayer, parece, me regala otra vuelta, gratis. Es un alivio, cuando comemos no nos submarinan, ni nos gatillan en la cabeza, estamos a salvo por quién sabe cuánto... pero, algo es algo.

Hasta que todo se apaga. Una breve pausa... un estruendo. Empieza la tormenta de puteadas y clamores dolientes. La radio a todo volumen juega a la cinchada con los gritos. Truenan ayes sangrientos. Nadie duerme otra vez...



    * las fotos y video son del Espacio Municipal para La Memoria ex CCDTyE "El Infierno"
       calle 12 de Octubre 234, Avellaneda noviembre 2018







Daniel
Mancuso

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