domingo, 1 de junio de 2008

Carta del Jefe Seattle al Presidente de los EE.UU.




“así termina la vida y comienza el sobrevivir…” Esta carta fue escrita en 1855 como respuesta del jefe Seattle al Presidente de los EE.UU. franklin Pierce ante una oferta de éste para comprar la tierra de los Suwamish:

"El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad, Apreciomos esta gentileza porque sobemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta porque sabemos que de no hocerlo el hombre blanco podra venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe en Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seatlle: con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el color de la tierra? Esta idea me parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podrías comprarlos a nosotros? lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cado partícula de esta tierra es sagrada pora mi pueblo, Cada hoja resplondeciente, cada playa arenosa, cado neblina del oscuro bosque, cada claro y cado insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta la memoria del hombre de piel roja.

los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos porte de la tierra y ella es parte de nosotros los fragontes flores son nuestras hermonas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermonos. Las crestas rocosas, las savias de las praderas; el calor corporol del potrillo y el hombre. Todos pertenecen a la misma familia.

Por eso cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras es mucho lo que pide. Él Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar paro que podamos vivir cómodamente entre nosotros, El será nuestiro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideramos su oferta de com¬prar nuestras tierras. Más eso no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y estero no es meramente agua sino sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar o vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de recuerdos y acontecimientos en la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestros canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermano de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que darías a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que otro porque él es un extraño que llega a la noche a sacar de la tierra lo que necesitao. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la conquita la abandona y sigue su camino. Deja atrás de él la sepultura de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su podre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre la tierra y a su hermano el cielo como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su Insaciable apetito devorará lo tierra y dejará tras de sí sólo un desierto.
¬
No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizás sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende los cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde poder escuchase el desplegarse de las hojas en primavera o el rozar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo com¬prender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por lo lluvia o perfumado por la fragancia de los pinos.

El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante se ha vuelto insensible al hedor. Más si os vendemos nuestras tierras debeis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo cómo el humeante caballo de vapor puede_ser más ¡mportante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animaleS? Si todos los animales hubieran desaparecido el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.

Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la cen¡za de sus abuelos. Para que respeten la tierra debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra.

Cuando los hombres escupen en el suelo se escupen a si mismos. Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra en ella. Todo lo que haga a la red se lo hará o si mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.

Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea y conversa con él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Quizás seamos hermanos después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubre algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios, ahora pensais quizás que sois dueños de nuestras tierras, pero no podréis serlo. Es el Dios de la humanidad y su compasión es igual para el hornbre de piel roja que para el hombre blanco.

Esta tierra es preciosa para El, y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contaminais vuestra cama, morireis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentireis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando lo vista hacia las verdes colinas esté cercada por un enjarnbre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así, termina la vida y comienza el sobrevivir.

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