Recientemente, confirmé que estuve secuestrado en «El Infierno», en la calle 12 de Octubre, de Avellaneda, entre agosto y septiembre de 1976.
Hace años, tuve una charla con Maco Somigliana, del EAAF, y tuve las primeras pistas del chupadero donde me desaparecieron. Ahora, ya no hay dudas.
Tenía 16 años, estudiaba en la ENET nº 1 de Lavallol. Me había denunciado el director Domínguez, porque a pesar de ser el mejor promedio de la escuela, era delegado y reclamaba el boleto estudiantil.
Una patota me levantó en la calle Coronel Beltrán, de Remedios de Escalada, apenas me había bajado del 51 (Expreso Cañuelas), cuando iba a mi casa, al mediodía, a la vuelta de la escuela... Milagrosamente, zafé de la muerte segura. Después, las pirañas asesinas arrasaron y vaciaron mi casa, varias veces durante 1976, 77, 78...
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Era una chica flaquita. Un metro setenta, más o menos. Creo, nunca estuvimos de pie en ese lugar. Era difícil, y no nos animábamos. Lo normal era estar tirados, incómodos, ateridos. Me dijo cómo se llamaba pero no me acuerdo. Era de ezeiza, eso sí, y trabajaba en una fábrica. Pero su cara no, no puedo dibujarla en mi mente. La recuerdo así: flaca y asustada, como yo.
Los primeros días casi no hablábamos. Yo desconfiaba de ella y viceversa. ¿Y si es una espía que metieron acá para ver mi comportamiento? ¿para tirarme de la lengua? Pero al pasar el tiempo se hizo improbable la teoría conspirativa y los dos aflojamos, aunque ninguno bajó la guardia. Ella fue más peligrosa: un día tuvo ganas de orinar y me pidió que no mirara, que me diera vuelta. ¿Adónde vas a hacer pis?, le susurré. Acá, no aguanto más. Pero nos vamos a mojar. No me importa, date vuelta o llamo al guardia, amenazó. Y lo hizo. Un gran charco cálido siguiendo las imperfecciones y los declives del piso de cemento iba del fondo hacia la puerta de chapa. Esa noche dormimos bastante mal, de costado, esquivando el pis como pudimos, porque estábamos con las manos atadas a la espalda (yo con mi corbata del colegio, la que llevaba el día que me levantaron) y encapuchados...
No había mucha luz, nunca. Sólo una lamparita del lado de afuera sobre la puerta, encendida día y noche, siempre. La luz pobre que atravezaba débilmente un ladrillo cuadrado, de vidrio traslúcido amarillo, hacía que no supiéramos si era de día o de noche, si era jueves o domingo. Sólo se veía ese maldito cuadrado amarillo que despistaba, que iluminaba poco poco casi nada. O sea que, pronto perdimos la noción de tiempo y espacio. A veces, el silbato de un tren cercano se escuchaba, cada tanto.
¿Dónde estábamos? Ese calabozo de dos metros por uno podría haber sido un bañito pero era nuestra mazmorra y también nuestro refugio. Tenía miedo que me sacaran de allí, porque las veces que salí me llevaron descalzo a una pieza húmeda, con arena en el piso frío, como si estuviera en construcción, con una radio a todo volumen, y desnudo sobre una malla metalica, una especie de elástico de cama vieja, donde me ataron con alambre las muñecas y los tobillos, me hacían cordiales preguntas. Había un tipo "bueno" que me hablaba bajito porque trataba de ayudarme si yo colaboraba, y uno jodido que quería perjudicarme y me gritaba: no, no, noooo... y muy entusiasmado me tapaba la cabeza con una bolsa de plástico. No había COTO, en ese momento, ni Carrefour, tampoco… ¿de dónde sería la bolsa?, y luego una almohada sobre mi rostro, de modo que cuando respiraba se me metía en la boca y me ahogaba. Había algunos más, seguro, pero no los veía, los sentía cerca, sus risas y sus voces, su respiración agitada y su empeño por ser eficientes.
Un día fuimos muchxs. Fue después de esa tormenta grande, cuando de madrugada (supongo que era madrugada), trajeron a cuatro o cinco personas más, mojadas y temerosas. Era agosto o septiembre, era Santa Rosa. Estábamos todxs amuchados, silenciosos, nadie dijo nada, respiraciones agitadas, miedo. Pánico total. Luego de unas horas los vinieron a buscar. Volvimos a quedarnos solos, la flaquita y yo. Volvimos a sentir cierto alivio cuando escuchamos el cerrojo del portón metálico que se cerraba. Algo de paz por otro rato. Algo es algo en esas circunstancias. Una pequeñísima tregua hasta el próximo pico de terror, hasta el próximo cerrojo y la pregunta fatal: ¿ahora me toca a mí?
Y un día se la llevaron. ¿Cómo se llamaba? No volví a verla, ni siquiera cuando aquel domingo nos juntaron a todos en ese patiecito con rejas entre el sol y nosotrxs, adonde daban todos los calabozos. Nos dejaron estar sin capuchas unos minutos. El guardia me dio otro mate cocido y pude meterme en la celda de al lado y ví a una llaga tirada que me sonreía contenedora, cordial. ¿Qué hacés? me dijo. Yo solo sonreí, quizá intentando animarle, curarle las heridas incurables. Pero la flaquita no estaba.
Fuimos muertos sin túnel ni luz blanca al final, vimos la muerte ajena ahogada en llantos apagados por una trompada inesperada. Rehenes de verdugos sin rostro, sólo vi sus zapatos, por debajo de la capucha transpirada de espanto. Aunque, recuerdo... un anillo de oro con un brillante, en una mano criminal que me señalaba. Era un mano de mando, sin duda, seguramente la mano que se llevó a la flaquita...
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Espacio Municipal para La Memoria Ex CCDTyE "El Infierno"
En la sede de la Brigada de Investigaciones de Lanús (BIL), situada en la calle 12 de Octubre 234, a dos cuadras de la Av. Mitre al 1100, funcionaba durante la última dictadura cívico militar el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) “El Infierno”.
Estaba a cargo de la Dirección General de Investigaciones de la Policía de la Pcia. de Buenos Aires, que entonces dirigía el ex Comisario Miguel Etchecolatz, finalmente condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.
Bruno Trevisán y Jorge Rómulo Ferranti, exjefe y exsubjefe de la Brigada de Investigaciones de Lanús, fueron juzgados por los delitos de extorsión, privación ilegal de la libertad y aplicación de torturas.
La mayor parte de los detenidos desaparecidos vistos en el CCDTyE eran trabajadores, militantes y delegados gremiales de las empresas Mercedes Benz, Tamet, la Fábrica de Cerámicas, estatales y Saiar.
Al cumplirse el 40º Aniversario del Golpe de Estado Cívico-Militar del 76, el intendente de Avellaneda, Ing. Jorge Ferraresi, inauguró en ese lugar el “Espacio Municipal de la Memoria y Promoción de Derechos Humanos de Avellaneda Ex CCDTyE “El Infierno”: un sitio para la memoria, la cultura y la educación en homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, que reafirma el compromiso de nuestra ciudad con las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, con el firme propósito que NUNCA MÁS pueda repetirse tanto terror organizado.
CTA de los Trabajadores:
Transformamos en ex el (CCDTyE) “El Infierno”
El 23 de marzo de 2016, finalmente luego de 6 años de nuestra gestión y de más de 20 años de gestiones anteriores, sumado a los esfuerzos de organizaciones políticas, sociales y defensoras de los Derechos Humanos, se logró desafectar la Dirección Departamental de Inteligencia de la policía bonaerense (DDI – Lomas) que funcionaba en la calle 12 de Octubre Nº 234, en el centro de Avellaneda, donde funcionó el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) “El Infierno”, durante la dictadura genocida.
En ese lugar inauguraremos el “Espacio Municipal de la Memoria y Promoción de Derechos Humanos de Avellaneda” (ex El Infierno)
Esto fue posible gracias a la decisión política del Intendente Ing. Jorge Ferraresi, ya que para el traslado debió construir un nuevo edificio para esa dependencia policial a un costo aproximado de $12.000.000,- financiado con fondos propios en la calle Venezuela y Onsari.
“El Infierno” fue denominado así por el propio jefe de la Policía bonaerense Ramón Camps durante la dictadura. Desde 1976 hasta 1978, funcionó como centro clandestino en la Brigada de Investigaciones dependiente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía de la Pcia. de Buenos Aires, que entonces dirigía el ex Comisario Miguel Etchecolatz. Se estima que pasaron alrededor de 330 personas, entre ellos militantes y delegados gremiales de las empresas Mercedes Benz, Tamet, la Fábrica de Cerámicas, estatales y Saiar. La mayoría continúan desaparecidos.
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Sector 134 del Cementerio de Avellaneda
El Cementerio Municipal de Avellaneda, ubicado en Agüero 4040, entre las calles Oyuela y San Lorenzo, fue habilitado en 1876. Para entonces, la zona era un descampado alejado del casco urbano. Con los años se fue agrandando hasta alcanzar las 17 hectáreas que ocupa en la actualidad. Para el año 1976, la zona ya no sería un descampado y el cementerio comenzaría a ser un engranaje del aparato del terrorismo de Estado del denominado Circuito Camps. El lugar fue utilizado para ocultar los cuerpos de los detenidos desaparecidos asesinados en diferentes centros clandestinos y en fusilamientos, disfrazados de enfrentamientos, que se realizaban en distintos lugares del conurbano.
En los primeros meses de 1976 y por orden del intendente de facto de entonces Néstor Sarobe, quien luego fue reemplazado por el coronel Marcelo D´elía, se construyó un muro de tres metros de alto y unos 30 de largo entre el paredón de la calle Oyuela y el cementerio con el objetivo de aislar al sector donde funcionaba la morgue y que no quedara al descubierto las cosas que allí sucederían. El sector se denominó con el número 134. Se colocó un portón que permitía evitar la entrada principal y tener una entrada independiente sobre la misma calle Oyuela. Este sector del cementerio lindaba con los monoblock de Villa Corina, un complejo de viviendas sociales construido en 1974, que albergaba a familias de trabajadores.
El director del cementerio era Alberto Benegas. Ocupó el cargo desde el 5 de mayo de 1976 hasta el 31 de julio de 1978 cuando fue reemplazado por Alfredo Yavico. Las llaves del sector 134-Morgue fueron entregadas al personal de la comisaría 4° de Sarandí y de la Unidad Regional II Brigada de Investigaciones de Lanús con sede en la calle 12 de Octubre 234 de Avellaneda, donde ya funcionaba el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio “El Infierno”.
Con el área, de unos 300 metros cuadrados, aislada y lindera a la morgue, se comenzó la tarea de ocultamiento de las víctimas durante los primeros meses de 1976. Los empleados del cementerio recibían la orden de cavar fosas de 2 metros de ancho, 4 de largo y dos de profundidad que se denominan vaqueras. Las vaqueras eran fosas comunes que eran cavadas durante el día. Según declaraciones de personal del cementerio de Avellaneda, entre 1976 y 1978, las vaqueras se realizaban cada 20 o 25 días. Por la madrugada, camiones policiales y del ejército traían los cuerpos que iban a parar a las vaqueras. Los vehículos entraban de culata por la calle Oyuela.
Para realizar este proceso, tanto el Cementerio como la zona de Villa Corina fueron militarizadas. De noche, cuando se hacían los traslados, los vecinos debían apagar las luces, de lo contrario los militares disparaban contra los edificios. “Había desplazamientos del ejército, de la policía por el barrio controlando las calles Agüero, Centenario Uruguayo, y calles internas de los monoblock. Veíamos operativos, escuchábamos tiros y comenzaban, a los pocos meses del golpe, a entrar camiones dentro del sector de la morgue del Cementerio. Nosotros un par de veces lo pudimos ver”, afirmó en una entrevista Francisco Peralta, vecino de la zona y ex director del cementerio ya en democracia.
En los libros del cementerio quedaron registrados los ingresos de los cuerpos NN, casi todos ellos fusilados en simulacros de enfrentamientos. El procedimiento consistía en sacar de los centros clandestinos de detención del circuito Camps a grupos de detenidos desaparecidos con la excusa de trasladarlos. Ya en la calle, se buscaban lugares más o menos alejados de grandes concentraciones urbanas, se los bajaba de los vehículos en los que eran trasladados y se los asesinaba a balazos. Luego eran ingresados como NN al cementerio y el primer cuerpo del ejército emitía un comunicado donde se daba cuenta del enfrentamiento y la cantidad de “subversivos abatidos” y era publicado sin modificaciones por los medios de comunicación de la época.
Un trabajador municipal que solicitó que no se publicara su nombre contó que muchas veces se escuchaban los quejidos de los fusilados que luego se desangraban en la morgue. “De alguna manera me siento cómplice por no haber hecho nada, pero que podía hacer yo con lo que estaban haciendo, incluso mucho tiempo sentí que me seguían, no sé si lo hacían realmente o era la culpa”, afirmó en una entrevista para este informe.
En 1984, nació el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para investigar los restos humanos que comenzaron a descubrirse en los diferentes cementerios del país y que se suponía pertenecían a los ciudadanos detenidos desaparecidos. El EAAF es una organización científica, no gubernamental y sin fines de lucro que desde entonces se dedica a la búsqueda e identificación de los cuerpos sin nombre encontrados como resultado del terrorismo de Estado. Se formó como consecuencia de que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y la organización de las Abuelas de Plaza de Mayo solicitaron la asistencia de Eric Stover, director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.
La investigación del EAAF determinó tras el trabajo de exhumación que los destinos de las víctimas del terrorismo de Estado fueron esencialmente tres: enterramientos clandestinos como NN en cementerios municipales; enterramientos clandestinos en Centros Clandestinos de Detención o áreas militares y el arrojarlos al Río de la Plata.
El EAAF comenzó en octubre de 1986 a trabajar en el sector 134 del Cementerio de Avellaneda por orden de la justicia para buscar los restos de Rafael Perrota, director del Diario El Cronista Comercial, quien fue secuestrado en la Ciudad de Buenos Aires en julio de 1977. Se trabajo en un área de 2 metros cuadrados. Allí no se encontró el cuerpo de Perrota, pero sí los de otras 11 personas. Lo que se creía era una fosa individual resultó ser una fosa colectiva. Los esqueletos no tenían ropa, no se hallaron restos de cajones, los cadáveres estaban a pocos centímetros de distancia, además, se encontraron 13 proyectiles.
Entre los 11 cadáveres encontrados inicialmente se logró identificar a María Mercedes Hourquebie de Francese, quien tenía 77 años al momento de su secuestro realizado en La Plata el 3 de noviembre de 1977. Fue vista por una detenida desaparecida en el CCD denominado La Cacha y ubicado en ciudad de La Plata.
El EAAF retoma su trabajo en el sector 134 del cementerio Municipal de Avellaneda en junio de 1987. Esta vez por orden judicial, se busca el cuerpo de María Teresa Cerviño. La búsqueda comprende la totalidad del sector 134, alrededor de 300 metros cuadrados. Los trabajos de excavación duran hasta 1992. Los resultados fueron el hallazgo de la fosa común más grande de las halladas hasta el momento.
Se encontraron en total restos de 336 personas (59 mujeres). La mayoría menores de 35 años y con disparos en la cabeza. Los cuerpos estaban distribuidos en 19 vaqueras y 18 fosas individuales del sector 134.
Tras años de trabajos de investigación que continúan hasta la fecha, el EAAF pudo reconocer alrededor de 140 cuerpos de víctimas de la dictadura militar enterrados clandestinamente en la necrópolis de Avellaneda. La gran mayoría de las víctimas reconocidas encontradas habían pasado por los Centros Clandestinos de Detención El Vesubio, Brigada Güemes y el Pozo de Banfield, que dependían del Regimiento III de La Tablada. El Sector 134 fue declarado sitio de memoria por parte de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
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MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA
Por iniciativa de FEDEFAM (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos) el 30 de agosto se conmemora el Día Internacional del Detenido Desaparecido.
Esta fecha constituye un aporte al fortalecimiento de la conciencia mundial sobre la persistencia de la práctica de la desaparición forzada de personas -catalogado como crimen de lesa humanidad por la OEA y la ONU. Se inscribe, asimismo, en el trabajo que los organismos de derechos humanos realizan para influir en las políticas publicas nacionales e internacionales con el objetivo de prevenir toda forma de autoritarismo y consolidar la vigencia de los derechos y libertades.
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En el marco del Encuentro Provincial por los DDHH, en Avellaneda , Claudio Yacoy, secretario de Derechos Humanos del municipio de Avellaneda, presenta el Espacio Municipal para la Memoria ex-CCDTyE "EL INFIERNO" a lxs mas de 200 participantes del encuentro que propicia la conformación de la RED PROVINCIAL POR LOS DDHH.
El 23 de marzo de 2016, se logró desafectar la Dirección Departamental de Inteligencia de la policía bonaerense (DDI – Lomas) en pleno centro de Avellaneda, 12 de Octubre 234.
En ese espacio funcionó el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) “El Infierno” durante la dictadura genocida, y el gobierno municipal actual lo transformó en el “Espacio Municipal de la Memoria y Promoción de Derechos Humanos de Avellaneda” (ex El Infierno).
daniel
mancuso
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1 comentario:
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