Si emociona, si conmueve, si agita, aun hoy, es que nos toca las fibras más íntimas, y está unida a cada uno de nosotros en un profundo sentimiento de amor a la patria. Amor que sale a la calle, que explota en llamaradas solidarias. Su propia vida es una historia de amores y desamores, de abandonos y pobreza, de fustraciones y desafíos. Evita dramátiza cada acto de su existencia y pone en escena la tragedia argentina. Evita ama como ninguna. Evita crece y se transforma, de cenicienta deviene heroína desmesurada, y pelea por millones de compatriotas abandonados contra la injusticia. Evita rompe el yo individualista y nos sumerge en el mundo descamisado, tumultuoso, que fatiga luchas y epopeyas utópicas...
«Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria...»
Mucho se ha hablado de ella, de su simbiosis con Perón, de su pasión y su entrega por los desposeídos... Ella, mujer, artista, amante, jefa, líder, sindicalista, luchadora incansable, desvergozada inclaudicable, sensibilizó a su pueblo con sus palabras, sus ideas y acciones devenidas poesía popular a través de 6 décadas. Y perdurará por siempre en nuestros corazones. No necesitó puestos institucionales para ser la más grande, la más querida por su pueblo, la más despreciada en las bocas oligárquicas. No usó métrica, ritmos, ni rimas, ni formalismos. Entregó su piel, su carne, sus huesos, en la hoguera de la pasión desenfrenada que la fundía con los hombres y mujeres de su tiempo, y con los del futuro...
«... Soy peronista, entonces, por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo, vivificado y actuante otra vez por el renacimiento de sus valores espirituales y la capacidad realizadora de su jefe: el general Perón. Mi dignidad de argentina y mi conciencia de ciudadana se sublevó ante una patria vendida, vilipendiada, mendicante ante los mercaderes del templo de las soberanías y entregada año tras año, gobierno tras gobierno, a los apetitos foráneos del capitalismo sin patria y sin bandera»
Así como Homero Manzi o Discepolo le pusieron poesía al tango, ella le puso poesía a la política. Con el tiempo, su voz se hizo música clásica, Evita es como Beethoven, nuestra sinfonía de un sentimiento indescriptible, un himno a la Alegría popular. Y sus palabras son un rezo, una encendida plegaria por la justicia social.
1 comentario:
Grande Mancu! Sos capo, amigo!
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