En estos días de terrorismo mediático, arden las redes sociales discutiendo sobre las implicancias del caso Zaffaroni.
Todavía, la corporación desinformadora tiene la iniciativa. Golpean a diario con bombas de excrementos mediáticos que enchastran la comunicación masiva, y ahí vamos todos a responderles, aunque estamos en desventaja. Ellos tienen mucha llegada, mucho poder, a través de sus canales de televisión, sus radios, sus diarios, la web.
Sin embargo, la batalla cultural que llevamos adelante los militantes del Proyecto nacional no les da respiro.
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Ricardo Ragendorfer analiza las denuncias contra el juez de la Corte, Raúl Zaffaroni. Allí, anida una compleja trama de intereses: ¿quiénes son sus acusadores? ¿Se produjo un asombroso viraje de la organización La Alameda? ¿Qué papel juega el arzobispo Jorge Bergoglio?
El truco es simple: si en el lapso de 60 minutos se emite una y otra vez por TV la noticia sobre un remisero asesinado en algún arrabal del Gran Buenos Aires, la señora de Barrio Norte termina imaginando que la vereda de su hogar esta tapizada con cadáveres.
Ese método también es útil para pulverizar la reputación de una persona, así como lo demostró el escritor alemán Heinrich Böll en su libro Die verlorene Ehere der Katharina Blum (El honor perdido de Katharina Blum - 1974), cuyo tema central son las campañas de difamación articuladas por la prensa amarilla.
El caso del juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni –sobre denuncias periodísticas de que en departamentos suyos se ejercería el trabajo sexual– constituye una muestra palmaria de semejante dialéctica. Una dialéctica de la que –al menos, en esta ocasión– no sería ajeno un alto dignatario de la Iglesia.
El tema fue instalado esta semana por la editorial Perfil –a través de su sitio Perfil.com y el diario Libre–, y obtuvo un amplio rebote en otros medios. En paralelo, La Alameda, una ONG contra la trata de personas, decidió con suma premura llevar el tema a la Justicia. En el aspecto fáctico, el asunto fue descomprimido por el propio Zaffaroni, al declarar
públicamente que él no suele firmar contratos de locación ni conoce a sus inquilinos, puesto que la administración de sus propiedades está a cargo de “un apoderado y la inmobiliaria que los alquila”. Sin embargo, ello no atenuó el hostigamiento contra su persona.
En la novela de Böll, el personaje principal es una mujer común e intrascendente que pasa una noche con alguien, sin saber que es un prófugo del grupo armado Baader-Meinhof. Ese dato, en manos de un reportero que manipula la verdadera raíz de los hechos, termina por hacer añicos su vida privada. El fugitivo había pasado a un segundo plano; ahora era ella quien copaba la escena, y sólo por aquella involuntaria circunstancia. Es que el universo de la comunicación posee su propio sistema punitivo: la criminología mediática, como, justamente, la llama Zaffaroni.
En el episodio que tanto escandaliza a la revista Libre y a La Alameda, poco importa si en los departamentos aludidos había realmente mujeres sometidas a un régimen de esclavitud. Y de ser así, tampoco parece necesario determinar en poder de quiénes estaban sometidas. Por el contrario, la clave pública del asunto fue puntualmente depositada en la identidad del locatario; o sea: Zaffaroni. “¿Sabía Zaffaroni lo que pasaba en sus inmuebles”, se pregunta ahora el espíritu público. “¿Usted sabía eso?”, le preguntan los los movileros a Zaffaroni, cada vez que entra o sale de su casa. También lo llaman a toda hora. Y con idéntica insistencia, importunan a sus colaboradores y vecinos. La criminología mediática ha pasado a la acción.
Asombra, en cambio, el papel de La Alameda. Y que en nombre de su lucha contra el tráfico de mujeres participe de esta maniobra. Asombra porque hubo un tiempo en el cual La Alameda tuvo una función política muy importante por sus escraches a proxenetas y talleres textiles clandestinos.
Sin embargo, a partir de 2008, los objetivos de sus militantes –encabezados por Gustavo Vera– se enrarecieron, al punto de haber incluido en su nómina de blancos a las trabajadoras sexuales independientes. Ese giro estratégico coincide con los orígenes de su vínculo con el arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, JORGE BERGOGLIO.
Dicen que el hombre que aportó el contacto entre éste y La Alameda fue el líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), Juan Garbois. Lo cierto es que desde entonces, esa ONG se transformó en una suerte de UCEP al servicio del Señor. Tanto es así que, en consonancia con la tirria eclesiástica hacia la despenalización del consumo de marihuana, uno de sus dirigentes no dudó sugerir que la revista canábica THC era financiada por el narcotráfico internacional.
La Alameda también supo fustigar a otro dilecto enemigo de Bergoglio: el periodista Horacio Verbitsky. La razón: en un congreso del CELS no fue chequeda la trayectoria del representante de la comunidad boliviana, Alfredo Ayala, un sujeto muy cuestionado por La Alameda. Ahora –ya se sabe– es el turno de Zaffaroni.
Es curioso: en 1989, al entonces juez de la Corte Augusto Belluscio se le cayó en París una amante por la ventana. Nadie dijo nada.
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En el medio de la controversia mediática que se generó con el miembro de la Corte Suprema de Justicia, Eugenio Zaffaroni, surgieron detalles sorprendentes sobre la denuncia.
Hoy Carlos Slepoy, abogado querellante en España en juicios contra represores argentinos, confirmó que el vicepresidente de La Alameda, Mario Ganora, la ONG que denunció al magistrado, fue defensor de un represor argentino.
En España, Mario Ganora actuó como abogado de Adolfo Silingo, ni mas ni menos que uno de los primeros militares de la última dictadura que admitió en público, en una entrevista con el periodista Horacio Verbitsky, que se ejecutaron prácticas de terrorismo de Estado en Argentina. Además confesó ante el juez español Baltasar Garzón haber participado en dos vuelos de la muerte mediante los cuales a muchos prisioneros se los arrojaba al mar con la intención de hacerlos desaparecer.
“Ganora era el abogado de Silingo. Ganora vino a España como defensor de Silingo. El juez Garzón le permitió estar presente en las jornadas que finalmente terminaron con la detención" aseguró hoy Carlos Slepoy, abogado querellante en España en juicios contra represores argentinos, que en diálogo radial con Víctor Hugo Morales, completó: "Silingo quería cambiar información por impunidad. Cuando comenzó este proceso era algo inédito y por tanto se requería la conformación de un cuerpo doctrinal".
En la entrevista Slepoy también brindó otro dato relevador que une los destinos de Ganora y Zaffaroni: "Recuerdo que cuando comenzó el tema le pedimos a Pérez Esquivel que consultaran con juristas argentinos la situación y recibimos un fundamentado escrito de Zaffaroni que nos ayudó mucho en el procedimiento. El siempre apoyó calurosamente esta causa”.
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El 14 de octubre de 1997, leíamos en La Nación: Piden la libertad provisional de Adolfo Scilingo...
El fiscal Pedro Rubira recurrió ayer la decisión del juez Baltasar Garzón de enviar a prisión al ex oficial de la Armada Argentina Adolfo Scilingo, mientras que sus dos abogados argentinos, Mario Ganora y Liliana Magrini, pidieron la libertad provisional...
(...) Scilingo se encuentra en la prisión madrileña de Carabanchel, que, aunque cuenta entre su población con un número de etarras, no está considerada de máxima seguridad. Sus abogados estiman que Garzón no va a enviarlo a otra prisión porque quiere llamarlo a testificar en cualquier momento.
En la cárcel, Scilingo puede recibir no sólo a sus abogados, sino también a familiares y amigos y a periodistas. Un buen número de éstos han solicitado entrevistas. "La prisión provisional no es una pena anticipada, es una medida cautelar para evitar que un imputado se pueda sustraer a la acción de la Justicia", explicó el abogado Enrique de Santiago, de Izquierda Unida.
Los abogados de IU prepararon un informe de cuarenta páginas para Garzón ayudados por algunos juristas, entre ellos, Raúl Zaffaroni.
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Estamos viviendo una revalorización de GOEBBELS y la FÁBRICA de MENTIRAS.
El escándalo del grupo Murdoch en Gran Bretaña, nos vomita monstruos en el espejo nativo con las caras de Fontevecchia, MITRE y MAGNETTO, y otras pesadillas.
Fueron contra las Madres, contra las Abuelas, contra Carta Abierta, contra Víctor Hugo Morales, contra el juez Zaffaroni... van contra el gobierno nacional, no hay dudas. Pero lo más importante, y a la vez, lo más peligroso, es que este accionar cotidiano ─manipular la información y estigmatizar a las personas y los símbolos populares─ se haga una costumbre.
Nosotros seguiremos develando patrañas.
2 comentarios:
Se ha transformado en una costumbre, estimado Mancuso. Fijate que van contra los cimientos mismos de este modelo. Madres y Abuelas, la cosolidación de los DDHH. Victor Hugo Morales, representante principal del puñadito de periodistas con discurso antimonopólico. Zaffaroni, la jerarquización de la Justicia y su independencia, no sólo de los otros poderes del Estado, sino también del poder real (económico, financiero, eclesial o militar). Marcó del Pont, De Vido y Moreno (aunque genere mucho más polémica esta afirmación, viene reforzada por la virtual caída de la causa Skanska), ejes fundamentales de la política de recuperación financiera, de infraestructura a favor del desarrollo y la producción y de la pelea contra los formadores de precios. ¿casi nada no?
Genial cumpa!!!!!!!!!!!
Patricio.
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