LUCERO

La noche es más oscura que la oscuridad de los ojos cerrados, en la ESMA de noche. La luna redonda se pierde detrás de los árboles silenciosos que lloran recuerdos que duelen y nos mojan la cara. La calle quieta deja atrás los ruidos de la avenida del Libertador; el fondo lejano parece un pozo en la memoria, que se pierde en alguna desgracia.

No todos los días (no todos los sábado a la noche) un ciudadano entra a la ex Escuela Superior de Mécanica de la Armada para pasar un momento agradable con su familia. Los ecos de nuestros pasos parecen toparse con los ecos de los ayes recurrentes. Llevará tiempo olvidar las imágenes infernales al cruzar el portón de entrada (o quizá nunca suceda, pero se irán diluyendo para doler menos).

Al fondo, antes de llegar a la Lugones, está la capilla. Cuántas canalladas se habrán expurgado en nombre de Cristo. Cuántos fantasmas dolientes siguen reclamando en vano Justicia divina, en ese antro subsidiario de los jerarcas de la mentira metafísica.

Nuevamente, el arte sanador, la música sublime hizo el milagro. Una guitarra mágica y una voz angelical. Sahumerios mediante y talento sincero (que es una clase de amor que se comparte y enaltece la poesía, las personas y los sitios) exorcizaron la cueva macabra de las plegarias perversas. Los pocos privilegiados que gozamos la ceremonia llevaremos por siempre la emoción a cuestas. Fuimos catecúmenos heréticos que llenamos de luz un pedazo de ignominia con el Lucero, el reciente primer disco de Mariana Pereiro y Guille Capocci.

Celestial.

Daniel Mancuso