La nena recorta fotos, fotitos, separa, ordena, dibuja un sol con pestañas y sonrisa amplia, pega con boligoma los retazos de colores y arma un mundo nuevo en la hoja vacía, una historia que no estaba. Sus manitos crean un collage de amor ensamblando elementos diversos en un todo unificado que nace de pronto.
Las abuelas atesoran fotos, fotitos, separan, ordenan, dibujan un camino posible hacia un sol con pestañas y sonrisa amplia, aunque a veces está nublado y el sol se esconde en un ADN rebelde o una negativa obstinada. Ellas igual pegan con boligoma los retazos de vidas truncadas y arman un mundo nuevo, una historia abortada, cada vez. Encuentran un nieto sin padres, el hijo de los que ya no son, los expulsados del destino, amputados de la historia por el remolino genocida que todavía gira y gira.
Los chicos y los viejos se parecen bastante. Tienen la ternura y la paciencia que perdieron algunos adultos. Miran la vida con más sabiduría y menos cinismo. Casi siempre, los problemas se encuentran en quienes están en el medio.
Gracias por la enseñanza: el dolor no es obstáculo para seguir amando, el pasado es memoria para cosechar presentes. Podría decirse que las viejas son nenas grandes y los chicos son abuelas en formación. Abramos el corazón y sigamos su ejemplo.
Daniel Mancuso
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