Vivo en un país repleto de malas noticias. Cuando enciendo la televisión, un monstruo espantoso se mete en mi cabeza, como una nube hipnótica me invade la sangre, una voz amarga se cuela y repite: dengue, virus, gripe, muerte, inseguridad, mentira, inflación, indec, campo, soja, retenciones, oposición, consenso, dolar, policia, droga...
Ni una, Ni una buena noticia. Apago y el monstruo se va, desaparece. Salga a la calle y una manga de zombies repite las voces, son ecos vivientes del monstruo invasor, caminan, piensan, viven como los humanoides del clip del finado Michael.
Mientras caminaba por la vereda del sol, en un feriado frio y sin gente por las calles, veo a mi hija ametrallada por las ráfagas mediáticas y de boludismo ciudadano, yo desesperado me interpongo moviendo los brazos, cual mariposa, intentando en vano disipar las nubes tóxicas. Nos rodea, nos arrincona y todo se pone oscuro, me desmayo...
Al despertar agradezco que las pesadillas sean livianas como el aire y éfimeras como el mal recuerdo de haber tenido presidentes esperpénticos como Videla, Galtieri, Menem, De la Rua, Rodríguez Saa... También agradezco que la nena no los haya conocido, y celebro que la mujer que preside ahora los destinos del país tenga los ovarios y la convicción que le deseo fervorosamente a mi primogénita.
Ella agarra el control remoto, quiere ver dibujitos, aparece el noticiero en pantalla, ufa, no sabe cambiar los canales. Se pone a pintar con crayones. Al rato levanta la cabeza y pega un grito: «mirá papá, vení a ver, vení, está Cristina». Genia la pendeja.
Discurso de la Presidenta en el acto conmemorativo del 193 aniversario de la Declaración de la Indepedencia
Daniel Mancuso
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