En ese desasosiego
nunca se me ocurrió hablarle
no hacía falta, entendía todo
como si latiéramos juntos,
ibamos adonde fuera
yo pensaba y pensaba
gastaba las horas
no hablaba con nadie
nos llevabamos sin descanso
sin preguntar adónde,
conversando en silencio
trocaba cansancio por sufrimiento
pedaleaba sin rumbo
escapándole a una angustia artera
que me venía siguiendo
desde hacía mucha pena,
saltaban las ruedas por la tarde de enero
volando polvos
besando piedras
esquivando pozos
del camino de tierra,
el olor húmedo de la reserva,
selva suburbana mansa,
me perseguía trepado a una brisa
cargada de recuerdos muy viejos,
tan guardados, tan nuevitos,
florecían de prisa sin pedir permiso,
cuando el río mar
se paró enfrente y me detuvo
nos miramos un rato largo
ya no fumaba, si no
hubiera encendido un cigarrillo
para que el viento me soplara
la cara y el humo,
y así no sentirme tan solo.
Era un oasis breve
para seguir escapando
hasta que la noche auyentara
mis ganas de huir de la melancolía
y rodábamos juntos por la avenida
del sábado triste.
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