Aunque algunos lo olviden, muchos de nosotros te llevaremos siempre en la conciencia, Teo, como una mochila de memoria para los tiempos de sequía espiritual. Ese 6 de agosto de 1945 viste a dios, y ya nada será igual.
Eras el último tripulante que quedaba con vida del bombardero B-29 "Enola Gay", el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, Teo. Fuiste el último con vida de los 12 apóstoles tripulantes del primer avión en lanzar una bomba atómica sobre población civil y matar de un golpe a 100.000 terrorristas japoneses.
Eras el oficial de navegación Theodore 'Dutch' Van Kirk, que vivió hasta este lunes 28 de julio con la sonrisa incólume, que fatigó hasta los 93 años en Stone Mountain (Georgia), llevando con orgullo las imágenes de la justicia del hombre hecha luz divina, incandescente como el sol.
En el barrio, cual viejos amigos, te diríamos; ¡Ay, Teodoro!, qué hijo de puta, sos longevo como todos los grandes hijos de puta de la historia... ¡y te cagarías de risa!
Ríos de tinta oficial repitieron oleadas de frases contundentes sobre la guerra necesaria: "había que parar la barbarie, la bomba fue decisiva para forzar la rendición de Japón y poner fin a la II Guerra Mundial".
¡Habia que parar a los terroristas y defender la vida!
Tus jóvenes 24 años se hincharon de heroísmo, tus ojos siguieron durante 43 segundos la caída de Little Boy ese día, a las 08:15, hora de Hiroshima, según lo planeado. Volabas como un angel a 9.470 metros de altura cuando la supernova justiciera detonó como estaba previsto a 600 metros de altura sobre la ciudad.
En el 50°aniversario de los bombardeos, dijiste en una entrevista haberte sentido "aliviado" tras el lanzamiento.
"Aunque seguíamos ahí arriba en el aire y nadie en el mundo sabía qué había ocurrido, sentíamos que la guerra se había acabado o lo haría pronto", dijiste entonces.
¡Humildad absoluta! ¡Compromiso militante!
Asimismo le pusiste el cascabel al gato más de una vez cuando en actos públicos reflexionabas sensiblemente:
"Es muy duro hablar de moralidad y guerra en la misma frase. Creo que cuando estás en una guerra, un país debe tener el coraje de hacer lo que debe para ganar la guerra con la mínima pérdida de vidas".
Aprendan soldados y pilotos israelíes, así se hace la guerra, con coraje y sencillez, rayana en el estoicismo. Aunque lo intenten, no llegarán a matar 100.000 palestinos de un saque...
Basta de burocracia y resoluciones estériles.
Cuando se trata de la democracia y el modo de vida occidental y cristiano (derecho y humano que le dicen) no nos tiene que temblar el pulso, como a Teodoro.
La honorable Legislatura porteña debería sesionar especialmente para dedicarte una calle o una avenida hacia la posteridad. O el nuevo puente Roca Patricios debería llevar tu nombre.
¡Bienvenido seas, Teodoro!, nuestros mejores hombres te están esperando en el infierno.
Eras el último tripulante que quedaba con vida del bombardero B-29 "Enola Gay", el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, Teo. Fuiste el último con vida de los 12 apóstoles tripulantes del primer avión en lanzar una bomba atómica sobre población civil y matar de un golpe a 100.000 terrorristas japoneses.
Eras el oficial de navegación Theodore 'Dutch' Van Kirk, que vivió hasta este lunes 28 de julio con la sonrisa incólume, que fatigó hasta los 93 años en Stone Mountain (Georgia), llevando con orgullo las imágenes de la justicia del hombre hecha luz divina, incandescente como el sol.
En el barrio, cual viejos amigos, te diríamos; ¡Ay, Teodoro!, qué hijo de puta, sos longevo como todos los grandes hijos de puta de la historia... ¡y te cagarías de risa!
Ríos de tinta oficial repitieron oleadas de frases contundentes sobre la guerra necesaria: "había que parar la barbarie, la bomba fue decisiva para forzar la rendición de Japón y poner fin a la II Guerra Mundial".
¡Habia que parar a los terroristas y defender la vida!
Tus jóvenes 24 años se hincharon de heroísmo, tus ojos siguieron durante 43 segundos la caída de Little Boy ese día, a las 08:15, hora de Hiroshima, según lo planeado. Volabas como un angel a 9.470 metros de altura cuando la supernova justiciera detonó como estaba previsto a 600 metros de altura sobre la ciudad.
En el 50°aniversario de los bombardeos, dijiste en una entrevista haberte sentido "aliviado" tras el lanzamiento.
"Aunque seguíamos ahí arriba en el aire y nadie en el mundo sabía qué había ocurrido, sentíamos que la guerra se había acabado o lo haría pronto", dijiste entonces.
¡Humildad absoluta! ¡Compromiso militante!
Asimismo le pusiste el cascabel al gato más de una vez cuando en actos públicos reflexionabas sensiblemente:
"Es muy duro hablar de moralidad y guerra en la misma frase. Creo que cuando estás en una guerra, un país debe tener el coraje de hacer lo que debe para ganar la guerra con la mínima pérdida de vidas".
Aprendan soldados y pilotos israelíes, así se hace la guerra, con coraje y sencillez, rayana en el estoicismo. Aunque lo intenten, no llegarán a matar 100.000 palestinos de un saque...
Basta de burocracia y resoluciones estériles.
Cuando se trata de la democracia y el modo de vida occidental y cristiano (derecho y humano que le dicen) no nos tiene que temblar el pulso, como a Teodoro.
La honorable Legislatura porteña debería sesionar especialmente para dedicarte una calle o una avenida hacia la posteridad. O el nuevo puente Roca Patricios debería llevar tu nombre.
¡Bienvenido seas, Teodoro!, nuestros mejores hombres te están esperando en el infierno.
1 comentario:
una observación, según datos de los propios japoneses no fueron 100.000 sino 240.000 lo muertos imputables a la bomba y sus consecuencias posteriores, digo esto para mayor gloria del abuelito teodoro
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