martes, 14 de diciembre de 2010

EL MUERTO PERDIDO




Decenas de tiburones hambrientos rodearon la ambulancia. Desde las sombras fluían los atacantes hacia los faros asustados. Incontables pares de brillos, iracundos, se movían por doquier, golpeaban la chapa, los vidrios del movil, gritaban amenazas. Se abrieron las puertas traseras y las manos obscenas lo pellizcaron insistentes, rabiosas; el cuerpo ensangrentado cayó sobre el asfalto, sin decir palabra, enchastrando la noche. La patota no soportó la afrenta silenciosa y comenzó a patearlo. Miles de pequeñas gotitas volaron en una fuente sangrante que mojó a todos los oficiantes del sacrificio. Sedientos, ciegos, bailaron la danza de la muerte.

En medio del paroxismo asesino, el conductor y el médico huyeron sin respetar la velocidad máxima para calles de barrio. Los gritos de placer en la fiesta roja taparon el rugido del motor pasado de vueltas, el chirriar de las ruedas, el gemido de la caja de cambios maltratada por el apuro, las puertas batiendo la retirada.

Todas las miradas trataban de develar la identidad del bulto que no hablaba, la máscara oculta bajo el bermellón brillante. Estaban convencidos que era un negro cabeza inmigrante sudamericano; con eso bastaba. Bajo la lluvia de golpes había luz. La cosa exultante les ofrendaba un líquido carmesí surgente de los orificios de la cara hinchada de trompadas y palos, roja como una sandía, como un tomate rojo, como un cadáver que no quiere morir porque sigue manando efluvios, inflando burbujas granates, globitos que explotan enseguida, y parece que respira. A cada puntapié una burbuja escarlata. Golperon y golperon hasta acabar con los globitos.

No se sabe si la cosa murió o no. No se sabe cómo se llamaba. Sin cuerpo, no hay delito. No se sabe a quiénes pertenecieron los insultos y desprecios vomitados esa noche en banda macabra. Uno dio la señal y todos se dispersaron de repente. El bulto caliente se fue con ellos a la calle del misterio del nunca jamás.

Los esbirros volvieron a sus casas, besaron a sus hijos, acariciaron a sus mascotas, se atragantaron con carnes jugosas y alcoholes baratos. Eructaron felices. Hablaron por celular para pasar el reporte del día al puntero que iba a llamar a El Comandante, que iba a llamar al legislador, quien llamaría al Jefe de Gobierno, que iba a llamar al capo que está dando conferencias en la usa.

A la noche, fornicaron con sus hembras, más o menos a la misma hora, de la misma manera, mecánica, sin ternura, y en el instante supremo, todos, al unísono, gozaron pensando en la cosa okupa que no debió atreverse a pedir por sus derechos. Al otro día se encontrarían en el Sutecba para contarse las hazañas.

En la morgue, la cosa espera que vengan a buscarlo, y le devuelvan la identidad.

Daniel Mancuso



POST SCRIPTUM:

Apareció vivo el hombre marcado como el cuarto muerto en Villa Soldati



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