domingo, 13 de enero de 2008

LAS PALABRAS



-¿Para qué sirven las palabras? Si desde que tenemos memoria, es decir, desde que tenemos palabras las cosas no han mejorado. Si vibran desde hace tanto tiempo sin haber podido contribuír en favor de la justicia, de la razón y de la cordura. ¿Para qué sirven?

-Hombre, no seas tan negado, las palabras iluminan el cielo del tiempo y lo colorean de poesía, ¿Cómo para qué? Ah, la poesía... Qué sería de la vida sin poesía...

-¿La poesía es como un maquillaje para las almas pálidas, para trocar lo lívido en rosado?

-No, es más que eso, es el agua subterránea que recorre zigzagueante los misterios de la carne, la atraviesa y tiñe de humanidad las conciencias. Es la cascada inquieta que despega los pesares, barre la desdicha y refresca el dicernimiento. Si es barrera, palo, piedra, no es culpa suya. La palabra que no une, que no juega, que no ríe, es palabra muerta. Y si está muerta, alguien la mató. Ella no tiene la culpa, es víctima de la miseria humana. Los miserables son asesinos, entre otras cosas, de palabras. Y todos somos un poco miserables.

-Entonces necesito palabras para explicar... (yo sé que uno habla de sí mismo con las acciones que realiza, pero ¿hablaran mis acciones de mi pavorosa soledad transmutada en amaneceres sorprendentes de días inéditos con ocasos milagrosos y noches mórbidas, desde que te descubrí como colón, por casualidad, porque yo iba hacia el este y me encontré el paraiso sin darme cuenta), para ilustrar mi dicha consuetudinaria que no necesita palabras.

No soy muy afecto a verbalizar lo que siento. Durante mucho tiempo, sólo construí oraciones banales en charlas insustanciales, con una prosa melindrosa y pseudo ilustrada para seducir ilusiones desprevenidas. Quizá se deba a años y años de soltería desorientada, de locuacidad inerte al sólo efecto de atrapar la presa del momento, saborear un sexo espurio y preparar la fuga silenciosa.

Sin embargo, a veces las palabras son como las flores que asoman tímidamente la primavera, y anuncian las fragancias por venir. Como el colibrí inasible que vuela la tarde verde y baila entre las hojas como la luz, y vuelve y se va.


Necesito las palabras recónditas disueltas en la existencia, que hablan de las primeras cosas: el sol, la paz, la ternura, la paciencia, el sufrimiento, la experiencia, el amor y la lluvia... ( todo lo que emanan tus ojos desde que sonreíste entre cabezas extrañas en un cumpleaños lejano, cuando te conocí).

Necesito las palabras para eternizar tu risa, para recordarla cuando no te veo, para reconstruir las caricias que me rozan como una brisa crepuscular cada vez que desfallezco. Y me sopla alientos endorfínicos para aliviar mis penas. Y subo, subo, hasta la felicidad, que es el lugar donde uno encuentra la certeza, la confianza y el coraje.

Necesito las palabras para explicar que un hombre sólo es un hombre cuando completa la fórmula a+b = c (donde a soy yo, b sos vos y c es la hermosa progenie que deseamos concebir y sonríe entre los barrotes de su cuna prestada cuando despierta en la mañana e ilumina mi ser, sofoca mis pesares, enjuaga mi alma y me deja fresquito el resto de la jornada).

A decir verdad, a+b=c es todo lo que necesito, el resto es propaganda. La fórmula mágica rectifica el pasado, lo esfuma con tintes melancólicos y libera el camino para la gran marcha por la conquista de las sorpresas que están por llegar.



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