Desde la ventana veo la plaza principal sobre la calle Roca (el genocida). Pero no puedo asomar la cabeza, un mosquitero de alambre me impide respirar el aire caliente del valle fuera de la penosa habitación.
El ventilador de techo no tiene perilla de encendido. Cuando logro ponerlo en marcha, lentamente revuelve la sopa interior desparramando olores corporales insoportables hasta para mí, y lo desactivo.
Es inconcebible. No tienen bidet. Ninguna habitación tiene bidet. ¿Pero cómo se lava el culo un cristiano en un hotel céntrico de Cipolletti?, la ciudad donde el peatón cede resignado el paso a los autos, porque si no te pisan.
Habrá que escribir un tratado de cómo bañarse con ese jaboncito 5 x 4 que se escurre entre los dedos, entre las nalgas, entre las bolas, entre las tetas; que se pierde entre los pelos en el hueco de la axila y a veces no se encuentra. Y habrá que practicar yoga para recoger el jaboncito si se te cae en la ducha mínima, con una superficie de 70 x 70. Difícil tocarte los pies sin golpearte la cabeza contra un azulejo de la pared prisión. Y esa cortina plástica baba que se te pegotea y te envuelve cual medusa traga torpes bañantes inermes. Si te olvidaste de traer, te lavás el pelo con el jaboncito multifunción porque champú no hay. Eso sí, bañate rápido porque te quedás sin jaboncito.
Luego de salir airoso de la torturante ducha, tomo el control remoto remendado con cinta adhesiva y aprieto y aprieto, peleando una batalla silenciosa con las pilas famélicas. Les gano. Enciendo la tele y noto con tristeza que Cablevisión, dueño y señor de las comunicaciones por esos pagos, tiene secuestrada la nueva grilla de canales. TN me informa el estado del tránsito a 1210 kilómetros de distancia, para evitar accidentes si salgo del hotel, y me avisa la temperatura de Bs. As. para que no me olvide la campera o el paraguas.
Al fondo de la planta baja, tienen dos carretas oxidadas para intentar conectarse a internet. Encima, navegar en una de esas carabelas, con todos los programas del período precolombino, es poco menos que una proeza. Mandar y recibir correos, esa simple tarea doméstica, puede causar más de un infarto por estrés cibernético.
Dejar de leer los diarios fue otro renunciamiento. Vi algunos títulos más papistas que el papa, más gorilas que Maguila, en algún punto, más indigestos que Clarín y La Nación, a lo Perfil, bien de mala leche. Y también malas noticias, como los muertos por estúpidas tragedias de tránsito sobre la ruta 22, cada 2 por 3, o que habrá soja en el valle inferior.
Al final, lo lograron. Todas las adversidades me convencieron de que me olvide de internet y me dedique a conocer a la gente, comer asado, discutir política, ir al río, hacer teatro, cenar trucha grillé, caminar por ahí, y tomar mate en cualquier lado como los uruguayos...
Daniel Mancuso
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