Intelectual de acción. Mariano Moreno fue hombre de pensamiento y uno de los actores principales de la Revolución de Mayo. Este boceto de Pedro Subercaseaux lo muestra en su escritorio, pluma en mano y rodeado de papeles...
Refiriéndose al inicio del periodismo en Hispanoamérica, el ya fallecido genial historiador y profesor de la Universidad de Buenos Aires, A. J. Pérez Amuchástegui, señala:
“A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la América española presenció la publicación de hojas de corte literario, que trataban de los más diversos temas poniendo el acento en la necesidad de renovar los esquemas mentales vigentes. En Nueva España (hoy México), aparecieron La Gaceta de México, el Diario de México y una Gaceta de Literatura. En Nueva Granada (hoy Colombia), el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá, y más tarde una publicación que quería ser científica: Semanario del Reino de Nueva Granada. En Quito, el Nuevo Luciano, Despertador de los Ingenios; en Perú, una hoja cuyo nombre habla a las claras de los asuntos por los que se interesaba: El Mercurio Peruano de Historia, Literatura y Noticias Públicas que da a la luz la Sociedad Académica de Amantes de Lima. Buenos Aires, tuvo su primer periódico en 1801: el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, aunque antes habían aparecido algunas gacetas aisladas” (Pérez Amuchástegui, Crónica histórica de la Argentina).
Fue pues el Telégrafo Mercantil, hoja pionera y órgano oficial de la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica –fundadas ambas por el coronel y abogado español Francisco Cabello y Mesa, en colaboración con Juan José Castelli– el primer periódico editado en suelo “argentino” (se recordará que entonces, la Argentina tal como hoy se la conoce formaba parte del Virreinato del Río de la Plata). La publicación, impresa en la Real Imprenta de Niños Expósitos, en Perú y Moreno, comenzó a circular el 1º de abril de 1801. Tal vez por su precoz orientación crítica y sus lúcidas plumas (entre los primeros columnistas estuvieron el deán Gregorio Funes, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, entre otros), el Telégrafo cargaría el “honor” de ser el primer periódico argentino clausurado, un año y medio después.
Sin embargo y a partir de allí, el periodismo rioplatense –tanto en sus enfoques críticos como en aquellos serviciales a la Madre Patria– no cesó de generar nuevos informativos. En efecto, un mes antes del cierre del Telégrafo, apareció en Buenos Aires el primer número del Seminario de Agricultura, Industria y Comercio, fundado por Juan Hipólito Vieytes y con pie de imprenta de los Niños Expósitos. Ese medio se extendió hasta mayo de 1807.
Dos años después, en octubre, apareció la Gaceta del Gobierno. Su director fue el virrey Cisneros y la publicación duró hasta enero de 1810. Dos meses más tarde, más específicamente el 3 de marzo, Manuel Belgrano inicia –con autorización del virrey– el periódico semanal titulado Correo de Comercio de Buenos Aires. Su objetivo principal fue, tal como afirmó Belgrano en su autobiografía: “Popularizar los sanos principios de la economía política […], impulsando a través de sus publicaciones la Revolución” (Mario Belgrano, Historia de Belgrano). La portada de su primer número llevó a modo de editorial una dedicatoria dirigida a los labradores, artistas y comerciantes: “Labradores, que con vuestros afanes y sudores proporcionais a la sociedad la precisa subsistencia, los frutos de regalo, y las materias primas primeras para proveer lo necesario a los trabajos provechosos al Estado! Artistas, vosotros que dando una nueva forma a las producciones de la naturaleza, sabeis acomodarlas para los usos diferentes a que corresponden, y les añadís un nuevo valor con que enriqueceis al Estado, y aumentais su prosperidad! Comerciantes, que con vuestra actividad ayudais al cambio así interior como exteriormente, y por vuestro medio se fomenta la agricultura e industria, y el Estado recibe las utilidades con que poder atender a sus necesidades y urgencias! A vosotros todos nos dirigimos a ofrecer nuestros trabajos, sin tener otro interés, ni otras miras que las de vuestros adelantamientos, pues que de ellos indispensablemente han de resultar los que convienen al Estado […]”.
La insistencia sobre rol estratégico que debía tener el Estado, habla a las claras de la política económica que Belgrano (y Mariano Moreno) consideraba necesario adoptar para asegurar el progreso y la prosperidad en el Río de la Plata. Dicha posición se reflejó aun de forma más contundente una vez acaecida la Revolución de Mayo. Por ejemplo, en su número del 8 de septiembre de 1810, y después de señalar que “la riqueza real de un Estado es el más grande grado de independencia en que está de los otros para sus necesidades, y el mayor sobrante que tiene para exportar”, Belgrano describe los principios básicos que habían forjado la riqueza de Gran Bretaña, la potencia económica más grande de su tiempo:
“Yo expondré nueve principios que los ingleses, es decir, el pueblo más sabio en el comercio, proponen en sus libros para juzgar la utilidad o la desventaja de las operaciones de comercio:
- 1) La exportación de lo superfluo es la ganancia más clara que puede hacer una nación; 2) El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas;
- 3) La importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero y proporciona la ventaja que produce a las manos que se emplean en darles una nueva forma; […]
- 5) La importación de mercancías que impiden el consumo en el país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de sí necesariamente la ruina de una nación;
- 6) La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo en cambio de dinero, cuando éste no es un fruto del país como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado; […] y...
- 9) Es un comercio ventajoso dar sus bajeles a flete a otras naciones” (Pérez Amuchástegui, obra citada). Con respecto a este último punto, Belgrano señaló en otro número de su periódico la imperiosa necesidad de crear una marina mercante propia: “Toda nación que deja hacer por otras una navegación que podría emprender ella misma disminuye sus fuerzas reales y relativas a favor de sus rivales”.
“Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos, y no deben fiar más que de sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino en sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo enhorabuena, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria, franqueémosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenas, pero miremos sus consejos con la mayor reserva […]”. Pero como es sabido, al aplacamiento jacobino o a la derrota de la línea Moreno-Belgrano poco tiempo después de Mayo, le siguió el encumbramiento del sector liberal, sector que al decir de Amuchástegui encarnaba la visión de “un mundo donde la vida privada primara sobre la vida política, y en donde la absoluta libertad de comercio independizara al individuo de la fiscalización del Estado nacional”.
Salvo honradas excepciones durante los años con posterioridad a Mayo, el pensamiento nacional y popular, sus más ilustres representantes y su caudal periodístico fueron perdiendo poder cuando no desapareciendo físicamente. La reacción consciente y consecuente de la oligarquía porteña fue fulminante. Mariano Moreno, desterrado a Europa, asesinado en pleno éxodo. Su continuador natural, Bernardo Monteagudo, proscripto del Río de la Plata y asesinado años más tarde en Lima por la fracción liberal afín a la porteña.
¿Y Belgrano? El gran intelectual, economista y abogado de profesión se convirtió en un superlativo militar y héroe de las luchas independentistas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Como la gran mayoría de los de su estirpe, murió en la pobreza e ignominia.
Exceptuando la aparición en escena de Juan Manuel de Rosas (buscó un equilibrio con las provincias mediterráneas pero coincidió con la burguesía comercial porteña en el control de la Aduana) y la derrota transitoria del mitrismo en 1874; exceptuando asimismo los gobiernos de Yrigoyen y Perón en el siglo pasado, y el período kirchnerista del presente, puede afirmarse que durante los 200 años de historia “argentina” el campo antinacional ha sido el gran vencedor, y por ende, la debilidad política, social y económica del campo nacional y popular –y en consecuencia su expresión e influencia periodística y cultural– ha sido y es una constante.
Esta inferioridad o desventaja condujo desde 1811 en adelante a que la instauración de un proyecto industrial, democrático, popular y latinoamericanista requiriera de la transformación estructural de la Argentina, no así la ejecución del modelo opuesto, para quien el país estuvo siempre mejor adaptado y dispuesto.
Sin embargo y ya de regreso al presente, seis años de modelo productivista y socialmente incluyente entre el 2003 y el 2009, bastaron para que una nueva voz periodística levantara la toalla arrojada casi 200 años atrás por el Telégrafo, la Gazeta y el Comercio. En los prolegómenos del Bicentenario –momento estratégico y bisagra en la resolución de la cuestión nacional– el periódico Buenos Aires Económico promueve el forjamiento de una conciencia industrialista en el país, la recuperación del rol del Estado como actor excluyente del desarrollo nacional, la restitución del verdadero federalismo, la alianza entre el movimiento obrero y el Gobierno, la nacionalización de la cultura, la búsqueda del ser nacional en el marco de una Unasur desarrollada y soberana, la formación de un capitalismo industrial autóctono de raigambre popular y la explotación agropecuaria sujeta a fines socioeconómicos.
Buenos Aires Económico es, juntamente con las políticas económicas implementadas desde el 2003, la creación del Ministerio de Industria, el innovador rol de la ANSES en materia de asignación de crédito y agente inversor nacional, el Instituto para el Desarrollo Industrial y Social Argentino, y las usinas del pensamiento económico, cultural y periodístico heterodoxo como AEDA, el Grupo FARO y Carta Abierta, una expresión categórica más del cambio operado en el país, cambio que sin lugar a dudas y al margen de las contradicciones y los errores cometidos, nos vincula de manera creciente a la Argentina que Moreno y Belgrano añoraban construir.
Como sucedió entonces, el periodismo nacional y popular vuelve al escenario y a colocar en su centro el trascendental pero irresuelto dilema argentino: desde la Revolución de Mayo dos modelos antagónicos se disputan la conducción del país.
Por cierto, un dilema que presentado y comunicado correctamente, lejos de atemorizar a los hombres y a las mujeres opuestas al neoliberalismo, promueve la toma de conciencia, sitúa políticamente, reconoce y enfrenta enemigos, provee de nuevas herramientas críticas y, fundamentalmente, apuesta por la total implementación de un modelo industrial, estatista, socialmente equitativo y latinoamericanista.
En suma y glosando las palabras que Belgrano utilizó en el Telégrafo para describir los objetivos de ese periodismo criollo y nacional que nacía con la Revolución de Mayo (“Popularizar los sanos principios de la economía política, impulsando a través de sus publicaciones la Revolución”), los argentinos y argentinas del Bicentenario, amparados por la ley de medios de la democracia y a través de nuestras publicaciones, debemos popularizar los cambios revolucionarios en marcha para terminar de sanear la economía, la política y la cultura. Porque sólo un pueblo informado, decidido y consciente de sus intereses podrá derribar el paredón de la exclusión y el subdesarrollo que los históricos enemigos de la patria han erigido y detrás del cual urden su contrarrevolución.
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