lunes, 14 de enero de 2008

TIEMPO DE DISTANCIAS

Aprovechó una tarde que estaba solo y se puso a escribir. La computadora lo ayuda a desentrañar sus malestares, pero ella no lo sabe. Quizás piense que pierde el tiempo mirando videos musicales o contestando el correo electrónico. Ella no imagina que lo que en realidad está haciendo es retrolimentarse para poder vomitar lo que lleva adentro. Es un arduo trabajo.

Estuvo muchos años sin poder teclear una oración. ¿Con la birome? Ni hablar, es más difícil para él. Se le pierden las imágenes y se le mezclan las ideas. Al final, se encuentra con un refrito de pensamientos contradictorios, hace un bollito y: ¡¡¡doble!!!

En cambio, en la pantalla puede: copiar, borrar, intercalar, guardar y si quiere cambiar y volver a lo anterior, es un juego maravilloso. Se siente espectador privilegiado frente a una obra de arte desconocida y descubierta por su talento. El curador de su propia exposición. Aunque a veces, disgustado por el fracaso frente a su autocrítica, manda el documento a la papelera, y a otra cosa.

Pero esta vez lo logró. Pudo expresar algunas ideas coherentes y sentirse satisfecho. Pudo hablarle desde el corazón y desprovisto de bronca:

Amada, no creo que puedas entenderlo (si pudieras hacerlo no sucederían las estériles discusiones tan a menudo, tan repetidas, tan aburridas por lo conocidas y poco sorprendentes).

El trabajo de descubrir la vida encerrada en un recuerdo, el sustraer el tesoro escondido en las cavernas más profundas del alma, exige ciertas necesidades básicas: paz interior para navegar las aguas calmas de la propia historia y así arrivar a las costas ocultas de las vivencias dormidas en el olvido. Confianza en que tus compañeros de ruta no te boicotearán el viaje, porque va de suyo que todo el afuera constituye un piélago oscuro que no ayuda a la creación.

¿Para qué escavar la vida pasada en busca de los pilares de la propia existencia si están disueltos en los vientos del tiempo y quién sabe por dónde estarán sonando los ecos del pasado, por qué extraño rincón del universo se amontonan los signos vitales que fuimos, brillando cual estrella apagada a pesar de estar muerta?

En su lucha contra los agujeros negros, los filósofos se gastaron el aliento tratando de encontrar algunas respuestas a tanta incertidumbre y quizá por eso, desde las cavernas, nuestros antepasados inventaron el arte para aliviar el dolor y la angustia que empañan al destino. Con las manos pintaron rocas, modelaron barro, tallaron madera... después vino la palabra. Y los soles de la eternidad fecundaron los papiros, luego los libros y las historias (hasta que los malnacidos se dieron cuenta de que la ignorancia es inversamente proporcional a la imaginacion), entonces muchos sotretas quisieron apagarle la luz a la posteridad. La palabra, la propia palabra libera. Eso es peligroso, casi siempre, pero necesario.

Es decir, que la envidia existe, existe. Que la gente es mala y comenta, también. Que la condición humana deja mucho que desear y en su nombre atormentamos impiadosamente existencias ajenas (ahora que vengo bajando la montaña de la vida, hacia no sé qué valle final, me brota más verde esa certeza) es una verdad de perogrullo (y de pesar... Ni yo estoy contento conmigo. Cada mañana me miro y me desconosco. Soy diferente a la idea que tenía de mí mismo. Hay muchas miserias mías que desapruebo y me son incontrolables. Ay, maldito inconciente, ¿por qué sos tan taxativo?)

Pero el amor, ese que uno busca toda su vida para poder capear la soledad inextricable que exacerba nuestras conciencias, ese que sofoca los miedos ocultos en nuestro infierno interior, ese fluído inquieto que remonta los badenes del alma, y nos cobija y flotamos haciendo la plancha de cara al sol, ese, no debe perder la esperanza firme que depositamos en él, la seguridad que se tiene en que una persona va a actuar o una cosa va a funcionar como se desea. Porque si mi amor pierde la confianza yo me sentiré derrotado en esta selva canibal.

El amor que construímos en este tiempo juntos es nuestro chinchorro secreto que cabalga las olas de la tristeza, nos aleja de los remolinos de la muerte y nos permite encontrar alguna playa tranquila. Si se lo lleva la marea, si las distintas tormentas lo zarandean contra los riscos, es posible que no vuelva a navegar como antes o se hunda, catastróficamente, en un charquito sucio.

Con amor, si no, para qué todo ...


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