jueves, 14 de junio de 2012

EN BUSCA DE LOS PARA QUÉ




Hay unos pocos temas, constantes, difíciles, que cruzan nuestros corazones y nos dejan llenos de angustia. No hay un solo ser humano que no los padezca. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Para qué vivimos? ¿Para qué hacemos lo que hacemos? Y en última instancia, ¿elegimos la forma de morir o esperamos el final cagados de miedo?

Solo 2 palabras: ¿Para Qué?

Los para qué han navegado las aguas de la historia universal, entre plumas lúcidas y guerras continuas. A caballo o en barco, vidas y muertes absurdas trajinaron incansablemente las sociedades en ebullición que les tocó en suerte, buscando respuestas.

La vida, la muerte, el amor, la locura, la verdad, la justicia, la libertad, la traición... Shakespeare, Chomsky y Cristina, nuestra Presidenta, entre otros, están atravesados por los mismos interrogantes, los mismos Para Qué...

Y si encontramos alguna respuesta, ella misma nos condiciona, nos interpela, nos seduce, nos ilumina, nos confronta. Los Para Qué no nos dejan quietos ni abúlicos, nos empujan al futuro...



1
William Shakespeare, gran dramaturgo y poeta inglés, escribió la tragedia «Hamlet» (The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark) entre 1599 y 1601. Hamlet puede ser analizada, interpretada y discutida desde una amplia pluralidad de perspectivas. Nosotros creemos que hay una compleja gama de problemas éticos y filosóficos alrededor del ejercicio del Poder. Hamlet busca la verdad, duda, teme, acciona, sufre, cuestiona, critica, avanza. Muere en busca de la verdad...


¡Ser, o no ser, es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble,
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?
Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!

Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar!—¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida.

¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia,
del soberbio el áspero desdén,
las amarguras del amor despreciado,
las demoras de la ley,
del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico,
pudiendo de tanto mal librarse él mismo,
alzando una punta de acero?
¿quién querría seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?

Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó,
perturba la voluntad,
y a todos nos decide a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.

Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.

Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron...


Shakespeare desnudaba las miserias humanas ─las únicas en el universo─ que paradógicamente atentan contra nuestra supervivencia, para intentar entender los para qué de su tiempo, que resultó ser el de todos. Por eso es un clásico, o mejor dicho, inmortal.

Isabel I, hija de Henry VIII y de Ana Bolena, subió al trono en el año 1558, seis años antes del nacimiento de Shakespeare en Stratford-upon- Avon.

El teatro Isabelino resumía las vivencias históricas del pueblo. Los temas de la tragedia solían ser históricos más que míticos, y la historia era utilizada para comentar cuestiones del momento. Pero la mirada profunda y humanista atravesó las coyunturas, y la historia misma.

Durante el reinado de Isabel I, Inglaterra pasó de ser una nación de escasa, pobre y oscurecida población a convertirse en una gran potencia, con una moneda fuerte y confiable. Y comenzaba la amenaza del imperio que crecería de la mano de la revolución industrial...



2


En 1978, el presidente del sindicato más poderoso de Estados Unidos, Douglas Fraser, de la federación de los trabajadores de la industria del automóvil United Auto Workers (UAW), condenó a los “dirigentes de la comunidad empresarial” por haber “escogido seguir en tal país la vía de la guerra de clases (class war) unilateral, una guerra de clases en contra de la clase trabajadora, de los desempleados, de los pobres, de las minorías, de los jóvenes y de los ancianos, e incluso de los sectores de las clases medias de nuestra sociedad”.

Fraser también los condenó por haber “roto y descartado el frágil pacto no escrito entre el mundo empresarial y el mundo del trabajo, que había existido previamente durante el período de crecimiento y progreso” en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, conocido como la “edad dorada” del capitalismo de Estado.

El reconocimiento de la realidad por parte de Fraser fue acertado aunque tardío. Lo cierto es que los dirigentes empresariales y sus asociados en otros sectores de las elites dominantes estaban constantemente dedicados a una siempre presente guerra de clases, que se convirtió en unilateral, sólo en una dirección, cuando sus víctimas abandonaron tal lucha.

Mientras Fraser se lamentaba, el conflicto de clases se iba recrudeciendo y, desde entonces, ha ido alcanzando unos enormes niveles de crueldad y salvajismo en Estados Unidos que, al ser el país más rico y poderoso del mundo y con mayor poder hegemónico desde la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en una ilustración significativa de una tendencia global.

Durante los últimos 30 años, el crecimiento económico ha continuado –aunque no al nivel de la “edad dorada”–, pero para la gran mayoría de la población la renta disponible ha permanecido estancada mientras que la riqueza se ha ido concentrando, a un nivel abrumador, en una facción del uno por ciento de la población, la mayoría de los ejecutivos de las grandes corporaciones, de empresas financieras y de alto riesgo, y sus asociados.

Este fenómeno se ha ido repitiendo de una manera u otra a nivel mundial. China, por ejemplo, tiene una de las desigualdades más acentuadas del mundo. Se habla mucho, hoy en día, de que por el hecho de que “Estados Unidos esté en declive” hay un cambio en las relaciones de poder a nivel global. Esto es parcialmente cierto, aunque no significa que otros poderes no puedan asumir el rol y la supremacía que ahora tiene Estados Unidos.

El mundo se está convirtiendo así en un lugar más diverso en algunos aspectos, pero más uniforme en otros. Pero en todos ellos existe un cambio real de poder: hay un desplazamiento del poder del pueblo trabajador de las distintas partes del mundo hacia una enorme concentración de poder y riqueza. La literatura económica del mundo empresarial y las consultorías a los inversores súper ricos señalan que el sistema mundial se está dividiendo en dos bloques: la plutocracia, un grupo muy importante, con enormes riquezas, y el resto, en una sociedad global en la cual el crecimiento –que en una gran parte es destructivo y está muy desperdiciado– beneficia a una minoría de personas extraordinariamente ricas, que dirigen el consumo de tales recursos. Y por otra parte existen los “no ricos”, la enorme mayoría, referida en ocasiones como el “precariado” global, la fuerza laboral que vive de manera precaria, en la que se incluyen mil millones de personas que casi no alcanzan a sobrevivir.

Estos desarrollos no se deben a leyes de la naturaleza o a leyes económicas o a otras fuerzas impersonales, sino al resultado de decisiones específicas dentro de estructuras institucionales que los favorecen. Esto continuará, a no ser que estas decisiones y planes se reviertan mediante acción y movilizaciones populares con compromisos dedicados a programas que abarquen desde remedios factibles a corto plazo hasta otras propuestas a más largo plazo que cuestionen la autoridad ilegítima y las instituciones opresivas entre las que reside el poder.

Es importante, por lo tanto, acentuar que hay alternativas. Las movilizaciones del 15M (los “indignados” españoles) son una ilustración inspiradora que muestra qué es lo que puede y debe hacerse para no continuar la marcha que nos está llevando a un abismo, a un mundo que debería horrorizar a todas las personas decentes, que será incluso más opresivo que la realidad existente hoy en día.





3
Hoy Cristina habló en Naciones Unidas. Y fue todos nosotros hablándole al mundo.

¿Y fue la determinación de Hamlet? o ¿Fue la lucidez de Shakespeare?

¿Fue las certezas de los análisis de Chomsky?

Cristina planteó al mundo los Para Qué de este tiempo global que padecemos. Para qué gobiernan los que gobiernan. Para qué existen las Naciones Unidas. Para qué se hacen las leyes, los tratados, las resoluciones, si no se respetan...

Como en tiempos de Hamlet, también, hay otra Isabel en Inglaterra, ésta es Isabel II, que navegó por el Támesis festejando los 60 años de su reinado. Y navega por la ignominia en nuestras coloniales islas .

Cristina apeló a la sensibilidad y razonabilidad del mundo desde la ONU: “Malvinas no es una cuestión bilateral, es una cuestión global”. Habló de Paz y derechos humanos, de libertad y de soberanía, de respeto y de dignidad.

«Cuando yo veía en el 10 de Downing Street, la bandera de las Falklands como las denominan, sentí vergüenza ajena, porque las guerras no se festejan. ¿qué pensaría el pueblo alemán, o la señora Merkel, si el 8 de mayo, fecha de la rendición de Alemania, en el 10 de Downing Street ondeara la bandera alemana? ¿Qué pensaría el pueblo japonés si el 15 de agosto ondeara la bandera japonesa al lado de la estadounidense en la Casa Blanca?».

La guerra de 1982 la encabezó la dictadura militar argentina: «Nosotros no tuvimos nada que ver con esa dictadura, fuimos férreos opositores. Todavía buscamos chicos apropiados por esa dictadura... cómo nos pueden plantear a nosotros eso, que solamente participamos en misiones de paz, como en Haití o Chipre, no estamos ni en Irak ni en Afganistán...»


Do you understand, Mr. Cameron?



4



Daniel
Mancuso





2 comentarios:

Luis dijo...

Buenisimo Mancu. El señor Cameron no tiene nada que ver con Hamlet (con sus vueltas y diletancias, pero tratando de exponer la verdad). Él apunta a ser más como Ricardo III, pero bien de IVª. Abrazo

María de los Ángeles del Hoyo dijo...

muy buenoo!

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