miércoles, 14 de septiembre de 2011

ABUELAS SON LAS NUESTRAS





Muchas secuelas dejó el virus en nuestras vidas. Casi siempre se apela a las consecuencias económicas, sociales, laborales para describir el desastre y poder imaginar ─si es que la imaginación alcanza para tan enorme iniquidad institucionalizada─ el enorme conjunto de daños que se produjeron y sigue causándole al conjunto de la población.

De las pérdidas producidas en la interrelación social, ciudadana y familiar, la solidaridad ha sido una de las más sentidas. El individualismo erosionó la trama social del reino del sálvese quien pueda al punto de transformarnos en seres desgarrados, insensibles, egoistas, abúlicos, despreciables.

Muy pocas cosas se salvaron. Valores como el respeto, la amistad, la palabra empeñada, el compromiso, la confianza, perdieron sentido y se diluyeron en las alcantarillas de la avenida del éxito fácil, la especulación y la juventud eterna. Los viejos, que alguna vez habían sido sabios porque traían la experiencia de vida para transmitir sus vivencias a las generaciones siguientes, fueron marginados, postergados, abandonados en el tacho de la basura.

Cuentan en el barrio, que a más de un abuelo, abuela, que habían abierto las puertas de sus casas a sus hijos y nietos, les pasó el vendaval del desamor, y fueron desalojados de sus sitios amados y relegados a la pieza del fondo, al sótano, o al geriátrico, previa censura de la palabra u opinión escrita. Los casos más lúgubres registran malversación de patrimonio y encierro en manicomios privados para adelantar la posesión de las herencias.

Hubo un ministro que lagrimeó para la foto, abrazado a una vieja jubilada que reclamaba aumentos, pero no los concedió, estaba ocupado pergeñando corralitos y megacanjes.

Todo fue posible (es) en las mentes escaldadas en el Consenso de Washington.

Pero siempre hay una excepción a la regla. Del fondo de la ciénaga abyecta salieron unas viejas a parir milagros. No hay manera de imaginar que unas desposeídas amas de casa, sin formación política o académica, transformaran el dolor insondable de la pérdida de sus hijos secuestrados y desaparecidos en medio de la noche ruidosa (frenadas, golpes, ayes, súplicas, puteadas) de la dictadura sangradora de tragedias anónimas, en lucha fértil, queja circular, caminata constante, indefectible resistencia a la desidia. Las viejas dejaron el delantal, las pantuflas, los ruleros, y salieron a la calle, a los ministerios, las iglesias, la Plaza de Mayo. Demoledoras de olvidos, escupieron verdades a los 4 vientos, y fueron huracán que no se calla, pertubando la paz de los cementerios, los cuarteles, las embajadas, los tribunales. El pañuelo blanco reivindicó el trapo de bolsillo que había sido desalojado por los Kleenex o los Carilina, reivindicó los años y la angustia de las madres y abuelas que nos parieron la democracia, develó impunidades, devino en símbolo de justicia, verdad y memoria.

Ésta que hoy brilla esperanzada y feliz, a pesar de los idiotas, es la democracia que gestaron las viejas, vanguardiando la gesta popular libertaria.

Ni la enorme deuda externa, ni la desocupación, el dolar, la guerra de Malvinas, las bombas de los Sea Harrier, tuvieron la potencia erosionadora que cargaban las viejas para con la dictadura genocida. Fueron son sol desarmando vampiros monstruos sanguijuelas bestias gusanos sombras presencias ominosas.

Hoy, a pesar de la insidiosa campaña sucia de los medios hegemónicos, la mediocre oposición política y los nostálgicos del horror, las viejas siguen siendo nuestro faro, nuestras Madres, nuestras Abuelas, nuestro ejemplo a seguir le pese a quien le pese.

¿Hay algo más parecido a Cristo predicando amor, paciencia, ternura en el desierto que una madre, una abuela de Plaza de Mayo?

¿Hay algo más parecido a un milagro como el de Lázaro volviendo de la muerte, que estas viejas resucitando de la calumnia, el desprecio, el dolor infinito, las heridas en salmuera constante, la mierda periodística?

Cuando veo, toco, hablo, huelo una madre, una abuela, estoy con mi vieja que no está hace mucho, estoy con Dios, que no sé si existe. Ellas sí, son la divinidad en la tierra.

En Francia, un poco de Memoria verdad y justicia, una caricia para seguir...



Daniel Mancuso

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy adecuadas tus palabras. Las Abuelas y las Madres son símbolo y presencia de luz. Nunca de venganza, como los miserables vomitan cada vez que pueden. Sacar fuerzas de Dios sabe dónde y enfrentarse al mismísimo demonio, como lo hicieron durante los años de plomo demuestra que quienes sabiéndolo consintieron ó participaron de ese horrible infierno de muerte e injusticia, tampoco tendrán perdón hasta que sean juzgados y condenados ante la vista de los argentinos que aman la dignidad.

Abrazo

Tilo, 70 años.

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