jueves, 18 de noviembre de 2010

HÉCTOR







Venía ensimismado en mis desdichas irresueltas. Ni el sol tibio de la tarde, ni los pájaros cantores podían sacarme del trance sufriente. Caminaba en automático, mirando las baldozas, esquivando heces. Levanté la vista y lo vi. Tenía el bastón en la mano derecha, y con la izquierda a la altura del hombro, como llegando al límite, me llamó casi sin voz.

- ¿Me puede ayudar a cruzar?... Disculpe que lo moleste y lo distraiga de sus ocupaciones.
- No hay problemas, quédese tranquilo... despacio... por aquí... tranquilo.

Cruzamos en diagonal, de una ochava a la otra. Venían autos por las dos calles. Por supuesto que no redujeron la velocidad, y tuvimos que deternos dos veces en mitad de la calzada, pero pudimos llegar a la meta sin magullones. Unos 20 metros eternos y peligrosos.

- Gracias, gracias de verdad. ¿Usted sabe cuantos años tengo?

No me dejó contestarle. Me quedé en el amague. Con la boca abierta miré sus ojos claros gastados por un tiempo indefinido que sin dudas era mucho. Adentro de esa claridad estaban las huellas de los inviernos y los olores que ya no volverán. Pasaron 3 segundos...

- Tengo 95 años.
- Qué bien, Dios lo guarde... está usted muy vital, maestro...

Parecía que no escuchaba mis frases hechas para la ocasión. Pensaba en voz alta, con resignación me dijo:

- Y pensar que podría estar bien, hijo... tenía una buena jubilación... pero me robaron la jubilación y estoy muy mal...

Tuve miedo, un terror instantáneo. No quería que la ternura que me despertaba el viejito se diluyera en una frase reaccionaria, típica de viejo de mierda, que tirara por la borda la pequeña empatía que habíamos construído en esos minutos. Seguí adelante...

- ¿Cómo? -le dije esperando la puñalada verbal.
- Tuve el mal tino de casarme con una mala mujer, mucho menor que yo, y me tiene en la miseria. Ella maneja el dinero. No me da de comer. Hoy, me retó porque hablé por teléfono con mi nieto...

Falsa alarma, pero me sentí un turro. Alivio. Impotencia. Culpa. Un prejuicio artero y el microclima de mis intereses presentes me jugó una mala pasada. La cosa venía por el lado de la histórica y nunca resulta contradicción primera: la condición humana, nuestra miserias y el modo en que nos relacionamos con los otros.

- Vaya m`ijo, vaya, le agradezco que me haya ayudado -y me dio la mano.
- Por nada. Ha sido un gusto conocerlo. ¿Cómo se llama maestro?
- Héctor, ¿y vos?
- Daniel, de verdad, un gusto conocerlo...

Me dio la espalda. Se fue caminando despacito. Retomé mi camino de sol y cavilaciones. Empecé a correr por mi pista mental. Esta vez no pensaba en mí, sino en Héctor y su pequeña tragedia personal. Salí volando hacia el espacio. Atravesé las nubes para mirar el mundo desde allá arriba, cuando el planeta se ve como una hermosa bola azul flotando en la nada. Vi infinitos fuegos y conflictos ardiendo por doquier. ¿Cuántas angustias se repiten en la gran ciudad, en cada pueblo, en cada casa, en cada uno? Esas estrellas multiplicadas por millones, en donde se queman pasiones inextinguibles, dolores en cuotas infinitas que usuran implacables sobre los corazones dolientes de la humanidad. No hay poder humano que llegue a las entrañas de esos agujeros negros que se tragan las felicidades y sueños de la gente. No hay injerencia posible para arbitrar en esas llamaradas de penas, salvo por los mismos protagonistas... ¿o sí?

Aterricé de repente. Siempre hay alguien que está peor que uno. No es una justificación conformista, es sólo una verdad de perogrullo. La vida sigue, implacable, a pesar de los llantos en los hospitales y los cementerios. Perdoname Héctor, pero tengo que resolver mis cuitas.



Daniel Mancuso

2 comentarios:

Daniel dijo...

Es que nuestra problemática es existencial.
Tenemos que cambiar por dentro mientras empujamos el cambio por fuera.
Cuando entendamos esa simultaneidad la humanidad recién va a pegar un salto, va a salir de la prehistoria.

En nuestros comentarios políticos solemos ver los intereses económicos que nos joden del otro lado y a veces no nos damos cuenta que muchos actúan de puro resentimiento, envidia, miserias humanas...

María Isabel García dijo...

Así es Unfor, así es, tenemos que cambiar por dentro mientras empujamos el cambio por fuera.
Recién en ese momento la humanidad pegará el gran salto.
Escelente post. Beso

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