viernes, 25 de junio de 2010

MAGNETTO y VALLE INCLÁN






Apareció Héctor Magnetto. Salió de las catacumbas de la calle Tacuarí. Enojado, llamó a un pinche periodista y le dijo: escribí algo... (No creo que lo haya tipeado él, estos tipos poderosos no saben usar las manos, todo el odio lo tienen en la mente y el corazón) el trabajo sucio lo hacen otros...



Con mayor o menor grado de detalle, todos los diarios informaron ayer sobre la reunión que el ex embajador argentino en Venezuela, Eduardo Sadous, mantuvo con los diputados de la comisión de Relaciones Exteriores.

Sin embargo, el Gobierno volvió a ocuparse sólo de Clarín y en particular de mí, en términos agraviantes. Usando la impunidad que le dan sus fueros de diputado, el ex presidente Néstor Kirchner me llamó delincuente.

Y el jefe del Gabinete “perverso y sinverguenza”. Es una ofensa que habla de cómo son ellos y de cómo usan escandalosamente el poder que detentan.

Sobre la denuncia de Sadous, no hicieron otra cosa que tratar de esconder su importancia. Sadous reveló que empresarios argentinos denunciaron que debían pagar comisiones del 15 al 20% para poder vender en Venezuela. Que esas operaciones eran manejadas directamente por el ministro De Vido a través de una suerte de embajada paralela y que del fideicomiso con Caracas faltaron 90 millones de dólares. Ese es el fondo de la cuestión, que no se puede tapar ni desviar con insultos y amenazas.

Y es, también, lo que verdaderamente les preocupa. Por mucho que les pese al doctor Kirchner y a Aníbal Fernández, los medios de comunicación están para informar y no para ocultar o publicar lo que el Gobierno quiere.




Una noche se estrena una comedia de un poeta catalán, Joaquín Montaner. El teatro está lleno. Don Ramón del Valle Inclán toma su puesto estratégico. La obra comienza y levanta su vuelo en versos anchurosos y sin detonancias.

Hay condescendencia en la atmósfera y alguien se adelanta al primer aplauso, dejando oir en el silencio un "¡Muy bien!" con voz ahuecada.

Entonces se oyó un "¡Muy mal, muy mal, muy mal!", dicho con voz más rotunda. (En el centro de la silbada y maullada Gata de Angora de Benavente, por gritar "¡Muy bien!", armó el mismo escándalo y fue a la comisaría).

Se produjo un gran revuelo. Se suspendió un momento la representación de El hijo del diablo, mientras se decían unos a otros: "¡Es Valle-Inclán!". "¡Es don Ramón!".

Se oyeron voces envalentonadas que gritaban: "¡Fuera, fuera!". Don Ramón, impertérrito, hilaba su barba arrellanado en su butaca. El agente de vigilancia de servicio se acercó a don Ramón y le dijo:

- Caballero, soy la autoridad.

- Aquí en el teatro no hay más autoridad que la mía, que soy el crítico, ¡Animal! -le replicó don Ramón.

El revuelo fue mayor. El agente ofendido insistía en llevarse a don Ramón a la comisaría. Había pareceres encontrados. Alguien protestaba calificando de grosera la opinión de Valle, y de un grupo de incondicionales partió un "¡Viva Valle-Inclán!", que murió apagado como un cohete mal encendido.

Por fin don Ramón fue llevado a la comisaría del distrito y allí el comisario en pie quiso ser fino con el aguilón y le dijo:

- Me han contado el caso, pero yo supongo que usted no se dio cuenta de que era un representante de la autoridad el que le requería.

- Sí, señor... Yo lo sabía, pero como yo soy otra autoridad en materias artísticas, se estableció un caso de competencia... Mi autoridad debía permanecer en la sala para emitir juicio. Además, la autoridad de ese señor es autoridad transitoria y la mía permanente.

- No por eso -insistió el comisario- tenía usted que insultarle llamándole animal.

Valle-Inclán, testarudo y en sus trece, replicó:

- Eso no fue un insulto, sino una definición.

Un estudiante que había ido también detenido por defender a don Ramón salió en su defensa y dijo:

- Señor comisario, cuando los partidarios de la señora Xirgu y del señor Montaner gritaban a don Ramón "¡Que se vaya!" ¡Que se vaya!", fue contra ellos contra los que se volvió don Ramón agresivo y gritando "¡No me da la gana!".

Valle se volvió a su defensor y le replicó:

- Miente usted admirablemente, joven. Yo al que desacataba expresamente era al policía.

En vista de eso y como a don Ramón "había que dejarlo o matarlo", se le dejó ir, y cuentan que a la puerta de la comisaría dijo con un alegre suspiro: "¡Esta noche me siento con treinta años menos!".





No te sientas ofendido Héctor. Lo de Néstor no fue un insulto, sino una definición.

El ex Presidente sólo se acercó un poquito al ilustre dramaturgo y poeta español, autor de La hija del capitán, Esperpento (1927); Sacrilegio. Auto para siluetas (1927); Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927); Martes de carnaval. Esperpentos (1930)....



Daniel
Mancuso





3 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantisima historia y muy oportuna por cierto Mancuso ud estuvo brillante , esta tambien es una calificacion , Saludos

A.C.Sanín dijo...

Muy bueno! Me sorprende que haya salido de la cueva y responda. Parece que “la definición” pegó en el centro.

Anónimo dijo...

Permiso, Daniel...
Lo llevo al fcbk.
Tu blog, una fuente inagotable.
Un abrazo!!
Seis Siete Ocho Dolores

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